A las 00:10, quizás las 00:15 a.m. un puñado de policías asignados a la patrulla Victoria 31 echó a andar, esa madrugada del lunes 4 de septiembre de 1995, en Cartagena de Indias, el reloj de la muerte para el italiano Giacomo Turra.
eltiempo.com
Autor Edgar Torres
24 de marzo de 1996
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-329535
A esa hora, la patrulla Victoria 3-1 franqueó la bahía de acceso al servicio de urgencias del Hospital de Bocagrande y desapareció con rumbo a la inspección policial. Marchando a una velocidad entre 30 y 40 kilómetros, estaba a 1,57 minutos de su sede.
En el piso, bocabajo, sin camisa, viajaba Giacomo Turra. Tenía las manos atadas a la espalda con un cinturón y la Policía le había amarrado los pies valiéndose para ello de los cordones de las botas que el italiano llevaba puestas.
Desde el momento de su arresto, el arqueólogo extrajero no había cesado un instante de lanzar improperios en una lengua que los policías Jorge Luis Mendoza Pasos y Guillermo Gómez Jiménez no acababan de entender. Ambos lo custodiaban, sentados en el asiento posterior de la patrulla.
Atendiendo el radiograma de un cabo y su advertencia sobre la necesidad de conducir a un hombre que estaba como loco , los ocupantes de Victoria 31, el sargento segundo Raymundo Llanos Vásquez, el conductor Víctor José Díaz Sánchez, y los agentes Gómez Jiménez y Mendoza Pasos, habían recogido a Giacomo Turra, pasadas las 11 de la noche.
El italiano estaba tirado en la acera, a unos pasos de la puerta de entrada al restaurante de comida china Mee Wah, sobre la avenida San Martín de Bocagrande, frente a Los Delfines, un apartahotel en el que Giacomo Turra había rentado el apartamento 304 por 30 mil pesos el día.
Dependientes y comensales del restaurante Mee Wah se inclinaban a pensar que el extranjero, arqueólogo, estudiante de filosofía e hijo de una prominente familia de la ciudad italiana de Padua, se encontraba bajo los efectos de algún alucinógeno, y lo acusaban de haber protagonizado un escádalo de palabras mayores.
Sostenían que había ocasionado daños diversos tanto en el restaurante como en el baño de servicio al público, en donde el lavamanos había sido arrancado de cuajo y tirado contra el piso.
Turra afirmaban irrumpió gritando y pidiendo auxilio. Abruptamente, se dirigió hacia la mesa que ocupaban Nicolás Enrique Román Borré, su acompañante Inés María Agresott y Zulay Ching, hija de la dueña del restaurante.
Román, a quien lo primero que se le vino a la cabeza era que alguien venía persiguiendo a Giacomo Turra, se levantó de su asiento buscando la puerta, pero el italiano intentó tomarle por el cuello.
Tras un breve forcejeo, Román logró zafarse y salir del restaurante junto con Inés Agressot y la señora Alba Ching.
Adentro, entre tanto, Giacomo Turra tropezaba con mesas y asientos e iba de un lado a otro, chocando contra las paredes, en su ruta hacia el baño de servicio del restaurante. En el trayecto había tomado un cuchillo pero luego, en el acto, instintivamente, lo había arrojado contra el piso.
Los Román y Alba Ching, que clamaban en la calle porque algún vecino llamara a la Policía, escucharon el estruendo cuando Turra desprendió el lavamanos y lo arrojó contra el suelo.
Más tarde, jadeante y aparentemente sin mayores reflejos, el italiano había forcejeado inútilmente por unos instantes para abrir la puerta del baño y, al final, se había quedaod con el cerrojo en la mano.
Los llamados de Román, su esposa y Alba Ching alertaron al suboficial de la Policía Cristian Arturo Rodríguez Gaviria y al patrullero Guillermo Gómez Mejía. Comandante de la patrulla Victoria 32, Rodríguez recorría a pie el centro comercial de Bocagrande acompañado por el agente Gómez.
Al oir los gritos y en la certidumbre inicial de que se trataba de un atracador, la pareja de policías desenfundó sus armas de dotación y entró en el restaurante. Guiados por el administrador, comandante y patrullero enrumbaron hacia el patio. Turra se encontraba ahí, acurrucado. Se golpeaba contra la pared , aducirían después algunos testigos.
Un sedante Una vez en la calle, Turra fue reducido y la patrulla Victoria 31 puesta sobre alerta.
Ante el estado de excitación en que en efecto se encontraba el detenido, el sargento Llanos y sus subalternos se habían decidido a conducirlo al Hospital de Bocagrande, en donde la enfermera Rosmira del Carmen Puello Cerda le suministró un sedante a Giacomo, circunstancia que el comandante de patrulla y los agentes consideraron suficiente a pesar de que otras eran las indicaciones médicas.
De hecho, la doctora Amira Fernanda Osorio, de turno esa noche en el Hospital de Bocagrande, había recomendado trasladar a Giacomo Turra a un centro asistencial especializado en eventuales casos de adicción a narcóticos. No obstante, por toda respuesta había obtenido un vehemente nosotros llegamos hasta aquí .
Llano y sus agentes coincidían en que Turra debía ser trasladado a la estación, en que lo iban a dejar dormir unas horas y en que al día siguiente lo pondrían en libertad.
Salvo por la evidencia científica que ha arrojado la necropsia del cadáver, por los testimonios de una vecina del restaurante Mee Wah y por la declaración de las funcionarias de turno esa noche del 3 de septiembre de 1995, lo que relamente ocurrió en el trayecto entre el hospital de Bocagrande y la estación policial es un misterio.
Está como muerto Victoria 31 retornó hacia las 00:45 a.m. del lunes 4 de septiembre de 1995, 30 minutos después de su partida, al Hospital de Bocagrande. Esta vez, con el cadáver del infeliz capturado.
La doctora Amira Fernanda Osorio Vásquez, de turno esa noche en el hospital, recuerda así las palabras del oficial responsable de Victoria 3-1, el teniente Llanos.
Ese paciente parece que se murió. Cuando salimos se quejaba, pegó un grito y noté que se quedó como sin respiración. Estaba como muerto .
En efecto, en cuanto le tomó el pulso, la doctora Osorio verificó que los signos vitales de Giaccomo Turra habían desaparecido. Pidió al teniente Llanos y a los ocupantes de Victoria 31 colocar al italiano sobre una camilla; le extendió la cabeza para reanimarlo y volvió infructuosamente sobre sus signos vitales. No tuvo otro camino que declarar la muerte.
Apenas 60 minutos antes, la doctora Osorio y su enfermera asistente Puello Cerda habían atendido a Giacomo y verificado que, salvo por su estado taquinéico (el italiano estaba excesivamente agitado y respiraba en forma cortada) y porque salibaba en exceso, el extranjero no reflejaba otros tipo de traumas severos.
Era cierto que Giacomo Turra tenía raspaduras en las mejillas y cientos de particulas de arena pegadas al cuerpo, pero no otro tipo de lesiones severas, según había de relatar la doctora Osorio.
Otro, evidentemente, era su aspecto cuando Victoria 31 retornó con el cadáver de un hombre nacido en el seno de una prestigiosa familia de Padua y, a juzgar por sus escritos, un romántico de Cartagena de Indias.
El Giacomo que volvió muerto al Hospital de Bocagrande, relataría la doctora Osorio a la justicia, presentaba múltiples laceraciones la frente; raspaduras en la cara; una herida de entre uno y dos centímetros en el mentón; huellas de trauma (de golpes) en el cuello, el torax y el abdomen, raspaduras en los codos y en las manos, y sangre en la nariz.
Pero, sobre todo, a pesar de que tenía el cuerpo lleno de arena y tierra, era evidente que Giacomo estaba en estado cianótico, es decir, que presentaba moretones propios producto de golpes.
La autopsia arrojó otras evidencias, estas de orden científico, sobre las verdaderas causas de la muerte de Giacomo Turra, cuyo deceso atribuyó la Policía inicialmente a un caso de sobredosis de narcóticos.
Se determinó que la causa de la muerte fue por politraumatismo, con trauma craneoencefálico severo, formación de edema cerebral y hemorragia subaracnoidea . En síntesis, dictaminaban los forenses, el deceso de Giacomo se originó en golpes tan severos que provocaron la inflamación del cerebro y una hemorragia interna.
Aunque la Policía ha señalado que los traumas que presentaba Giacomo se los había provocado el mismo al golpearse brutalmente contra las paredes del restaurante, más tarde contra el pavimento y después al intentar votarse de la patrulla, otros testimonios han desvirtuado esas versiones.
De hecho, en el expediente objeto de traslado a la justicia penal militar, la Fiscalía conceptúa: Por lo que hace a la AUTORIA DEL HOMICIDIO, la prueba obrante es contundente y permite concluir que la misma puede ser endilgada a los agentes de policía que intervinieron en la conducción del ciudadano italiano Giacomo Turra.
Los agentes de policía que trasladaron a Giacomo del restaurante Mee Wah al Hospital de Bocagrande fueron quienes lo golpearon. Las razones que refuerzan esta conclusión, a más de las ya expuestas son… .
Mañana, Este es un tarro con cocaína , el encubrimiento y la versión de cada testigo.