El 29 de mayo de 1988 el joven campesino de 19 años, ABRAHAM RICO CHARRY, viajaba en un bus, que lo trasladaba desde la vereda El Delirio, donde vive la familia, hasta el municipio de Granada (Meta). En inmediaciones de Puerto Caldas, promediando las tres de la tarde, los agentes de Policía adscritos a un retén militar, detuvieron al vehículo, e hicieron que Abraham Rico permaneciera en el puesto militar. Los demás pasajeros debieron continuar su camino. Amigos y testigos del muchacho, inquietos porque este no regresaba, indagaron por su paradero. Se les dijo que había sido puesto en libertad, como a las seis de la tarde. La madre del muchacho, tras agotadoras investigaciones, encontró el cadáver de su hijo en una funeraria, con numerosos impactos de bala y signos de tortura. A pesar de que el joven muerto era ampliamente conocido en la región y portaba documentos de identidad, fue reportado por las autoridades como un delincuente y “chusmero”, “dado de baja en encuentro con la fuerza pública”. La madre de la víctima, alega que se trató de un crimen premeditado y pidió una severa investigación y castigo para los responsables.