Jhon Fredy Jaramillo Gómez
 
								Fuente: Valentina Vargas
1. Trabajador
Hechos
			 
El 28 de diciembre de 2006 en Medellín, Antioquia, el joven obrero JHON FREDY JARAMILLO GÓMEZ salió de su casa en el barrio Belencito Corazón para ir a trabajar en el sector del Poblado, desde ese entonces no se ha vuelto a saber de él. Tenía 24 años.
Relata la fuente: "La mañana del 5 de agosto de 2015, María Esperanza Gómez no pudo subir a La Escombrera. Ese día, como tantos otros, tuvo que cuidar a Ana María, su nieta de ocho años, la hija que su hijo desaparecido nunca llegó a conocer. No pudo subir, pero estuvo pendiente de las decenas de camionetas y carros que ascendían las sinuosas calles en dirección al barrio San Javier. Las veía pasar desde su pequeña casa de ladrillo y tejado de zinc en una loma del barrio Belencito Corazón, en la Comuna 13, una zona urbana en el occidente de la capital de Antioquia compuesta por una veintena de barrios populares históricamente asociados con la violencia. Mientras observaba su ascenso pensaba que quizás esta vez sí obtendría una respuesta sobre lo que le sucedió a su hijo, Yon Fredy Jaramillo, el 28 de diciembre de 2006.
La madrugada de ese día, Yon Fredy salió de la casa rumbo a su trabajo en una construcción en El Poblado, un exclusivo sector de Medellín. María Esperanza no recuerda haber notado nada particular. Yon Fredy desayunó y se despidió de Sandra, su mujer, quien entonces tenía siete meses de embarazo. María Esperanza lo vio cruzar el umbral de la puerta sin ninguna sensación, como lo dicta la rutina. No recuerda qué ropa llevaba puesta, aunque está casi segura de que vestía una camiseta negra y una gorra del mismo color. No lo recuerda y le duele no recordarlo. Pero, ¿por qué habría de haberse fijado? ¿Cómo adivinar que nunca más lo volvería a ver? ¿Por qué pensar que iba a ser un día diferente a los demás?
Yon Fredy salió de su casa en Belencito Corazón, la casa que él ayudó a construir subiendo ladrillos cuando apenas era un adolescente, y nadie volvió a saber de él. No regresó y ni la policía, ni los hospitales, ni los jueces pudieron dar noticias de su paradero. Tenía 24 años y en dos meses esperaba el nacimiento de su primera hija. Aún no habían pensado en un nombre, pero ya sabían que iba a ser una niña. Incluso hoy, María Esperanza no entiende por qué alguien habría querido hacerle algo a su hijo. Hasta donde sabe, hasta donde puede llegar a saber, no estaba involucrado en negocios turbios ni nada por el estilo. Tal vez lo confundieron con alguien más. Tal vez lo mataron por error y enterraron su cuerpo en La Escombrera con todos esos otros jóvenes y viejos sobre los que a menudo le hablaban sus vecinas. ¿Y si estuviera allí? ¿Y si fuera el primero en ser desenterrado? ¿Y si lo identificaran y todo el país se enterara de su historia? No podía evitar entusiasmarse ante la posibilidad.
Ocho años atrás, María Esperanza había descartado la idea de reencontrar con vida a su hijo. Desde una noche en 2007, estaba convencida de que Yon Fredy estaba muerto. Se enteró de ello a través un sueño, luego de agotar todas las instancias oficiales, luego de llorar a diario durante meses, luego de estar a punto de enloquecer. Una noche antes de dormir, rogó a Dios y a su hijo, donde quiera que estuviera, que le enviaran una señal sobre lo sucedido: lo que fuera. Tras acostarse, sintió que alguien caminaba por su cuarto. En sueños, vio a su hijo vestido de blanco y entonces comprendió que todo estaba perdido. Despertó entre lágrimas, pero con un cierto alivio que le permitió descansar un poco. Nunca volvió a soñar con él. Yon Fredy estaba muerto, o por lo menos prefería creer eso.
Bajo el barranco que a diario amenazaba con enterrar su casa, María Esperanza intentó distinguir los logos de las camionetas que veía por la ventana. Ansiaba recuperar el cuerpo de su hijo para poder enterrarlo y rezar una misa en su nombre. Quizás finalmente lo encontraría en La Escombrera, ese vertedero donde Yon Fredy y su hermano menor jugaban cuando eran niños. Por conversaciones con otras madres de desaparecidos y con abogados de organizaciones no gubernamentales, sabía que la Fiscalía iba a dirigir la excavación y que hoy asistiría la prensa nacional e internacional. Más tarde trataría de ver las imágenes en el noticiero del mediodía. Por ahora, los carros no paraban de subir. Debía haber más de cien personas en la loma. Algunas de sus amigas ya estaban allá, así que después les preguntaría cómo fue todo. Se sentía agitada, como si algo extraordinario estuviera a punto de suceder.
En la sala de su casa, su nieta se entretenía jugando, ajena a los acontecimientos del día. María Esperanza la miraba de vez en cuando. Desde hacía poco, a la niña le gustaba tomar pequeños papeles y dibujar o escribir mensajes en ellos. Luego los dejaba por ahí para que su abuela o su tía los encontraran. Meses más tarde, María Esperanza halló uno que fue incapaz de botar: "Yo no quería que mi papá se desapareciera", decía. "Te amo, papá".			 
Fuentes:
- 1. El barquero y los escombros - VICE, 28 febrero 2016
