Carlos Alberto Cano Chaverra
Fuente: ASFADDES
Hechos
El 11 de enero de 1991 en Bello, Antioquia, el jóven CARLOS ALBERTO CANO CHAVERRA, de 14 años, fue desaparecido por la policía. Relata la fuente: "Mario de Jesús Cano ha tocado tantas puertas buscando respuestas para saber de su sobrino, que a veces siente que solo le falta tocar las del cielo y averiguar por él: un joven de 14 años que un día después de jugar fútbol, la Policía se lo llevó en una moto y no volvió a saber nada del pequeño. “Él estaba sentado con los muchachos después del partido. Al barrio llegaron dos motos con tres policías y se lo llevaron. Nunca más volvimos a saber de él”. Mario asumió la búsqueda de Carlos Alberto Cano Chaverra. Su hermano, padre del menor de edad, perdió el raciocinio; y la madre del muchacho, murió con la esperanza del volver a verlo. “Los médicos nos dijeron que fue un cáncer, pero nosotros sabemos que fue la pena moral por la pérdida”, dice Mario, y su voz se quiebra, mientras sostiene un pendón con la cara del niño.
Toda esa lucha por saber dónde esta su sobrino ha vuelto a Mario como un roble, pero un hombre con alma y cuerpo de roble, y esa experiencia las transmite a las otras víctimas del conflicto armado que, de tanto esperar un regreso, sienten desfallecer. “A ellas les digo: no nos podemos dejar vencer por la incertidumbre. Tenemos que seguir adelante, denunciando para que todos esos delitos no se queden impunes”.
Así como las mujeres que van cada ocho días a la iglesia La Candelaria, Mario hace su plantón en el atrio de la parroquia, ante la mirada indiferente de los transeúntes. Siente que le duele que cada persona que pasa por allí, se haya acostumbrado a que la desaparición sea un caso ajeno. “No los ha tocado la desgracia”, asevera, y por eso le duele que en muchas ocasiones, incluso, pisen las fotografías de los desaparecidos.
Pero Mario no pierde la esperanza, ni la fuerza, y ese es el ejemplo que las otras víctimas toman de él.
“Solo pedimos que nos digan dónde está. Queremos encontrarlo vivo, y sino que nos digan dónde están por lo menos sus huesitos”.
Tras el plantón, Mario recoge su pendón y se pierde entre la gente. A veces cree ver el rostro del niño entre los miles y miles de personas que a diario caminan la ruta que el transita con la foto de su pequeño debajo del brazo. Mientras se aleja piensa que “nadie sabe lo de nadie” y por eso asegura que seguirá insistiendo, porque su dolor y procesión van por dentro.
Fuentes:
- 1. VÍCTIMAS: CUANDO EL DOLOR NO LES DOBLEGÓ LA FE - EL COLOMBIANO, 9 de Abril de 2015
