UN DOMINGO DE VIDA Y MUERTE EN TOCAIMA

Zael Ernesto Chinchilla González, un bebé sonrosado, de tres mil gramos de peso, nació el pasado 22 de noviembre a las 9:50 de la mañana en el hospital San Rafael, de Tocaima.

eltiempo.com
José Navia Redactor de EL TIEMPO
24 de noviembre de 1997
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A la misma hora, decenas de personas con los ojos enrojecidos se agolpaban en el portón blanco de la sala de urgencias, a la espera de que los médicos legistas entregaran las autorizaciones para retirar los cadáveres de sus 13 familiares masacrados el día anterior en el caserío la Horqueta.

En medio de los dolientes calcinados por el sol, estaba Zael Chinchilla, un campesino tolimense que había llegado ese mismo día, a las siete de la mañana, con su esposa a punto de dar a luz.

Un poco después de las diez, una enfermera abrió el portón y acabó con la incertidumbre de este hombre trigueño, menudo, de bigote canoso y sombrero vaquero. Evelia González, la mujer con la que comparte su vida desde hace un año en la vereda Cachimbulo, en la misma zona donde ocurrió la matanza, acababa de tener un varón.

Zael Chinchilla no pudo disimilar su alegría a pesar de las caras acongojadas de los familiares de los campesinos muertos. Muy cerca de él, recostado contra el portón del hospital, estaba Pedro Romero* esperando la orden para reclamar el cadáver de un sobrino suyo, acribillado por los hombres uniformados que atacaron el caserío La Horqueta.

Venga pa que conozca la pinta , le dijo anunció otra enfermera poco después. Zael Chinchilla entró con una sonrisa. Afuera quedaron los dolientes, quienes sólo después de la cinco de la tarde pudieron recuperar los cuerpos de sus familiares. Dos de las víctimas fueron trasladadas a Girardot y a Soacha, un municipio vecino de Bogotá.

La ley seca decretada por la alcaldía municipal comenzó a regir a partir de la cuatro de la tarde. Casi todos los bailaderos ubicados alrededor del parque apagaron sus equipos de sonido. El murmullo de las oraciones llenó el coliseo de Tocaima a medida que iban ingresando los féretros para la velación colectiva.

Los 11 ataúdes amanecieron en el coliseo Pepe Zabala, a dos cuadras del hospital, en una hilera dispuesta sobre un tapete rojo, entre seis crucifijos de aluminio y diez veladoras que el viento apagaba constantemente.

Las campanas de la iglesia de Tocaima doblaron a eso de las seis de la mañana. Y hacia las ocho aparecieron los dolientes vestidos de luto, algunos con banderitas blancas y con pañuelos para contener el olor penetrante que trascendió hasta la calle.

A esa hora ya los trabajadores del cementerio había sellado la bóveda del hombre uniformado muerto en La Horqueta y a quien señalan como uno de los que dirigió el ataque. El presunto paramilitar fue sepultado con sigilo, mientras el pueblo apenas despertaba.

Zael Chinchilla, quien durmió en su casa de la vereda Cachimbulo, regresó al pueblo hacia las nueve de la mañana. Pasó a media cuadra del lugar donde velaban los cadáveres y se dirigió a fotocopiar el carnet de Sisben y la cédula de su esposa para sacarla del hospital.

No fui a la velación porque el hielo de los muertos puede dañar al bebe , dice este hombre de manos recias a quien la violencia de los años 50 le arrebató al papá cuando era apenas un niño.

Un anciano sentado en la sala de espera del hospital San Rafael confirma la versión de Chinchilla. Y agrega que el olor a muerto dura por lo menos 15 días para desprenderse de la ropa.

Mientras, a dos cuadras del hospital, las escenas de dolor eran más dramáticas a medida que se aproximaba la hora del sepelio. Los campesinos de La Horqueta reafirman lo que han repetido desde que ocurrió la masacre. Que los autores fueron paramilitares de acento costeño, altos, morenos y fornidos.

También dicen que dispararon como locos contra todo el que pudieron. Nadie vio por donde se fueron pues la gente se tiro al monte y allí permaneció escondida hasta que comprobaron que los uniformados que arribaron hacia la una de la tarde eran miembros del ejército.

Ahora, los soldados permanecen en medio de las huertas del caserío La Horqueta y camuflados en los matorrales cercanos. Un helicóptero artillado ha sobrevolado el lugar pero hasta ayer no había rastro de los atacantes. El pueblo permanece vacío, con las puertas aseguradas con candados.

Solo allí y en el coliseo es visible la tragedia. En el pueblo corren los rumores, pero la cotidianidad se mantiene casi igual. Ayer algunos turistas escuchaban música en sus carros o desfilaban con salvavidas de plástico rumbo a los balnearios de este ardiente municipio. Los venteros de salpicón, helados y copos de nieve se ubicaron en la esquina del parque que da al coliseo Pepe Zabala.

El padre Pastor Bogotá, y dos acompañantes, iniciaron el ritual del sepelio a las diez de la mañana.

Luego, los once féretros recorrieron en medio de una multitud, las doce cuadras que llevan al cementerio.

Allí terminó una parte del drama. Los sobrevivientes regresaron a las casas de sus familiares y amigos, en el casco urbano de Tocaima, donde se refugiaron desde la tarde del viernes. No saben que va a pasar con sus cultivos y demás pertenencias.

No sabemos que hacer, los campesinos estamos entre la espada y la pared. Imagínese que uno le da un vaso de agua o una totumada de guarapo a alguien que no conoce y resulta que por ahí hay alguien fichándolo para matarlo por eso , afirma uno de los labriegos.

Yo voy a vender la casa, porque si a plena luz del día mataron a esa gente, ya no hay seguridad de nada , agrega otro. Todos prefieren omitir su nombre.

Casi a la misma hora en que los cadáveres eran metidos en las bóvedas del antiguo cementerio de Tocaima, Zael Chinchilla pagó los 15 mil pesos que le costó la atención del hospital y salió con su esposa y su hijo envuelto en cobertor blanco.

Gracias a Dios ya tenemos de que pegarnos para seguir viviendo , dijo el campesino. Y se fue, rápido, por la calle que lleva a la plaza, a conseguir un carro para regresar a su casa y sus cultivos de maíz.

A pesar de la alegría, él tampoco está tranquilo, pues aunque dice que no le debe nada a nadie, desde su rancho se escuchó la balacera del viernes pasado. Ahora sabe que tampoco está seguro: Aquí matan a cualquiera sin saber por qué.

La muerte de los Rubiano

En la historia reciente de Tocaima existe un antecedente violento. El 4 de diciembre del año pasado, a las cinco de la mañana, varios hombres armados mataron a cuatro personas en la parte alta de la vereda Zelandia, la misma donde el viernes pasado murieron acribillados 13 campesinos.

Joaquín, Alirio y Vicente Rubiano, tres agricultores de la región, y el mayordomo de una finca fueron asesinados por un grupo de desconocidos que los atacó a las cinco de la mañana, cuando comenzaban su jornada.

Estas muertes aún permanecen en la impunidad. Un familiar de los Rubiano afirma que estos, cuyas edades oscilaban entre los 40 y 50 años, eran solteros y vivían con la mamá. Agrega que tres hombres y una mujer los pusieron boca abajo y los acribillaron.

En esa época nadie dijo nada, ningún periodista vino por aquí y mire lo pasó ahora , afirma. A lo mejor, si se hubiera hecho escándalo esto se hubiera evitado , añade este hombre, quien también culpa a los paramilitares de los dos ataques.

OTRAS REPERCUSIONES

Aunque el número de turistas disminuyó en Tocaima durante el fin de semana pasado, el alcalde, Pedro Eliécer Bernal, opina que todavía es prematuro afirmar que la masacre ocurrida en la vereda Zelandia, el viernes anterior, afecte la actividad económica de este municipio de tierra cálida, a unos cien kilómetros de Bogotá.

La actividad económica del casco urbano depende en una gran proporción de los 2.000 turistas de estrato sociales medios que, en promedio, llegan cada fin de semana a este lugar.

Tocaima es un municipio de 18.000 habitantes, con16 hoteles y un buen número de restaurantes, bailaderos y balnearios.

En la zona rural, donde vive el 50 por ciento de los pobladores, existen unas 15 haciendas que, en promedio, tienen unas 800 reses cada una. El ganado es vendido en Bogotá para su sacrificio, mientras que otras fincas pequeñas surten el mercado local.

En las 32 veredas de Tocaima también existen unas 560 hectáreas sembradas de maíz y cultivos tecnificados de melón, mango, mandarina, guanábana y naranja, entre otras frutas.

El tercer renglón del área rural es el cultivo de cachama y mojarra roja. Los estanques de esta actividad suman unas 20 hectáreas.

Edgar Valenzuela, director de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria, Umata, afirma que la economía de las zonas rurales puede verse afectada debido al miedo generado por la masacre ocurrida en el caserío La Horqueta.

Tocaima, además, se comienza a proyectar como un municipio con una oferta de condominios, cuyas casas cuestan de 80 millones de pesos para arriba, afirma el alcalde.

Estas viviendas de veraneo están ubicadas en la parte rural, próximas al casco urbano. Según el alcalde, hay que esperar que pasen una semanas para hacer un balance de las consecuencias económicas que puede dejar esta masacre, la cual es calificada de desconcertante por el funcionario.

Tocaima -dice- ha sido un remanso de paz, no me explico que fue lo que pasó porque en La Horqueta vive gente buena, gente muy pobre y trabajadora .