“Es que el municipio de Granada es como un cuerpo humano: lo que pasa en un sitio lo sienten todos. El cerebro de ese cuerpo es el Comité”.
Por Tras la Cola de la Rata
22/04/2013
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Parte 1
Por: Maira Núñez Gallego
Era un día de rutina en Granada, Antioquia, un municipio de agricultores y comerciantes pujantes; muy creyentes en Dios, se persignaban para recibir bendecidos la nueva jornada laboral que les esperaba, la cual iniciaban en horas tempranas, cuando el gallo apenas cantaba y la densa neblina se esparcía lentamente por las montañas.
Así transcurrieron las horas de ese día decembrino. Jóvenes y niños en el colegio, señoras realizando los quehaceres en sus hogares, padres de familia trabajando para un sustento, ancianos conversando en el parque mientras saboreaban el tinto.
En las calles empinadas de Granada se escuchaban risas, murmullos, saludos, pasos, caballos y demás sonidos que enriquecían a diario el ambiente. El tictac del reloj de la iglesia Santa Bárbara marcaba las 11:30 a.m., momento en que el tiempo se detuvo.
“Baja mi hermana de la terraza casi llorando y dice: Gloria ¡están dando bala! En ese momento corrí a prenderle el televisor a los niños del hogar comunitario en el que trabajaba para que no se dieran cuenta, cuando lo fui a prender una explosión nos elevó lejos a todos”, recuerda Gloria Quintero, habitante de Granada, recreando aquel momento.
El seis y siete de diciembre del año 2000 fue la toma guerrillera, en la que detonaron un carro bomba con 400 kilos de dinamita en el comando de policía. La batalla duró dieciocho horas. El 8 de diciembre entró el ejército al municipio por la vereda La María, para ese entonces la destrucción había sido enorme. Parecía la segunda guerra mundial, decía José Roberto Giraldo Salazar, oriundo de Granada, historiador empírico y víctima, porque a partir de ese momento todos los habitantes del pueblo y de la región del Oriente antioqueño lo son.
La toma guerrillera destruyó 110 viviendas, 55 locales comerciales y un comando de policía. Dejó daños parciales en vías, andenes, 219 casas y el hospital; así mismo perjuicios en las redes de servicios públicos de energía, acueducto y alcantarillado. Esta información fue documentada por Olga Lucía Jaramillo Pérez para el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia.
Desde los ochentas los habitantes de Granada vivían situaciones de violencia por la incursión de diferentes grupos armados al margen de la ley y la disputa entre éstos por el territorio.
Estas personas habían enfrentado el tres de noviembre del 2000 una tragedia, a causa del Bloque Metro de las AUC, en la cual masacraron civiles de Granada, cuenta Jaime Montoya, en su poema Sonaron doce campanadas:
“Fueron diecinueve, seres humanos acostados en su propia sangre(…) había bellas nubes aquel día en el horizonte, había sol, cantaban pájaros en nuestros aires, y había muchos niños jugando en las calles, algunos de los cuales perdieron a sus padres. Y el sol siguió iluminando ese día; y ha seguido iluminando desde entonces. A pesar de la muerte”.
La toma del seis de diciembre no tiene comparación, era un panorama desolador y sombrío. En ese entonces, el periódico Granada titula el suceso así: “¡Semidestruida!, pero nunca desGranada…” como ellos bien lo dicen frente a esta situación no quisieron hacer solo una nota, dedicaron casi toda la edición para narrar y dejar a la historia local un testimonio de la deshumanización y degradación a la que había llegado esa guerra cruel. “Escombros, desolación y muerte fue lo que quedó en Granada”.
Año 2000, nuevo siglo, nueva era de tragedias. Un año demoledor en la historia de Granada. Se iban desvaneciendo las vidas de los habitantes, que ahora dejaban el pueblo que los había visto nacer.
“Cuando la explosión se calmaba, uno agradecía a Dios y justo ahí volvía y estallaba con más fuerza”. Gloria Quintero trae a colación un momento que la marcó, “ese día tenía en el hogar comunitario un niño de cinco años, su papá trabajaba en una revueltería que quedaba al frente del comando de policía”, lugar donde estalló el carro bomba.
Este niño hizo algo muy especial que ningún otro había hecho: fijar su atención en la puerta a la espera del regreso de su padre. El niño dejó de ocuparse en lo que normalmente hacía en la guardería. Pasaban las horas y se preocupaba cada vez más, no era capaz de dormir, lo único que hacía era preguntar por su papá. ¿ya llegó? ¿dónde está? ¿cuándo viene?
Gloria en ese momento temía lo peor, creía que ese desespero que tenía era un mal presagio. El niño se la pasaba callado, pero cuando sonaba otra explosión volvía a preguntar por su padre, como si entendiera la dimensión de lo que estaba ocurriendo. Esa noche fue una tortura, no solo para el niño sino también para Gloria, quien no sabía qué responderle y cómo tranquilizarlo en un momento donde ella también la invadía el pánico y la tristeza. Sin embargo, en medio de la oscuridad que agobiaba a Granada, no todo estaba perdido, había luces que guiaban el camino. Este es uno de esos casos.
A las seis de la mañana del día siguiente, cuando el padre del niño angustiado fue a la guardería a su reencuentro, el señor se había salvado por unas escaleras que le habían servido de refugio mientras regresaba la calma. El amor entre padre e hijo se había mantenido en las dificultades, ese amor de los afortunados que los sobrevivió; los salvo y los unió en la guerra. “Ese día me entró la felicidad, le agradecí a Dios de inmediato”, cuenta con emoción Gloria Quintero.
Historia de guerras
El carro bomba, los petardos, cilindros, fusiles y demás armamentos resuenan en los granadinos. El pánico ante cada estallido, la incertidumbre y el trauma, son secuelas de una trágica e incesante guerra, que aunque quisieran, no podrán olvidar jamás. Es así como cada instante permanece intacto en sus memorias con un sello indeleble.
Ese seis de diciembre estaba lloviendo muy fuerte. A la par que bajaba el agua deslizándose en el pavimento, bajaba la sangre derramada de las víctimas y juntas humedecían las innumerables capas y gorras verdes tiradas en las calles. “Después del 2000 se creó una guerra entre psicópatas, una guerra donde un grupo desconfiaba del otro”, cuenta Jaime Montoya, el poeta del pueblo.
Antes de que en Granada fueran derrumbados estos adobes, ya había muchos muertos por parte del conflicto y por actores distintos que provocaban todo este incidente. Para la década de 1960 se presentaron dos situaciones que transformaron tanto económica como socialmente al municipio: la construcción de la autopista Medellín – Bogotá, que acercó a los granadinos a los dos mercados más grandes del país y la construcción de la Central Hidroeléctrica de Calderas, que generó movilización y resistencia civil para evitar una explotación ilegal de sus recursos naturales.
-En 1988 ocurrió la primera toma guerrillera.
-Al comienzo de la década de los noventa se produce una lucha por el territorio entre las Farc y el ELN. Durante este tiempo la población fue víctima de constantes enfrentamientos y abusos.
-En 1990 tuvo lugar una segunda toma guerrillera, donde atacan la Caja Agraria.
-En 1997 es secuestrado el alcalde Jorge Alberto Gómez.
-En agosto de 1998 se producen desplazamientos masivos de habitantes de las veredas, en especial de la vereda Santa Ana. También es secuestrado el alcalde Carlos Mario Zuluaga.
-El 29 de octubre de 1999 el ELN es autor del asesinato de tres agentes de la policía en el coliseo del municipio.
–“Se pasó de 18.000 habitantes en el año 1998 a 5.500 habitantes en el 2000, más del 70 por ciento de la población se desplazó”. Todo este repaso de sangre se encuentra en , “Texto como espirales de humo se pierden, pero en nuestros corazones grabados como en las rocas…”, escrito por Dubián Fernando Giraldo.
Las vidas no tienen precio y cualquiera que haya sido la forma en que murieron estas personas, ya era un trauma, una pérdida irrecuperable para sus familiares, amigos y conocidos. No bastándoles con ser testigos, oír y callar, estos habitantes el seis de diciembre de 2000 se vieron obligados a enfrentar algo peor: la destrucción física. Si antes de este suceso los granadinos ya se sentían agobiados, esta ha sido la tragedia más álgida que han debido soportar.
Los debilitaron por completo; ya nada más les podían hacer, ya nada tenían. Este había sido el enfrentamiento de mayor impacto para la sociedad civil; así lo creían los grupos armados. Pero la realidad no fue así, resurgieron entre los escombros, unieron fuerzas y volvieron a creer, a levantarse. Según Jaime Montoya, “en las dificultades y en las crisis hay una tendencia a unirse con personas con las que nunca nos hemos relacionado antes. Las crisis traen cosas negativas, pero también genera acercamientos y unidades”.
Era siete de diciembre de 2000 y entrada la noche en el hospital, sobre las ruinas, el Comité Interinstitucional de Granada convoca a una reunión a toda la ciudadanía para organizar comisiones de acuerdo con la emergencia. Las instituciones estuvieron alertas para colaborar y contribuir en la cohesión social. Para ellos esta era la única forma de tener, en medio del conflicto, un mínimo de gobernabilidad y autoestima colectiva e individual. No había tiempo que perder; debían enfrentar la situación y encontrar juntos salidas y soluciones.
“Solo actuando como alianza, podremos superar nuestros problemas y plantearle a nuestra comunidad, a la región, al departamento y al país que entre todos podremos construir otros caminos que sean justicia, humanismo y equidad”. Así quedó consignado en un documento de Iniciativas de Autodeterminación y Resistencia Civil realizado en el Oriente antioqueño, en agosto de 2006.
En asambleas comunitarias como estas, el Comité Interinstitucional aprovechaba para pronunciarse públicamente con comunicados, repudiando las acciones violentas que agredieran la dignidad de los civiles. “Es que el municipio de Granada es como un cuerpo humano: lo que pasa en un sitio lo sienten todos. El cerebro de ese cuerpo es el Comité”, afirma Fabián Giraldo, habitante de Granada.
Pero esta no era la primera vez que el Comité Interinstitucional se pronunciaba, había nacido hace veinte años como una organización voluntaria de apoyo a la gestión municipal. A partir de 1995 el Comité se hizo visible y forjó su sentir comunitario al convertirse en la voz del pueblo. Este empezó además a desempeñar el rol de mediador, en cualquier situación y dificultad donde se viera afectada la comunidad.
En 1997, con las manifestaciones del conflicto armado en la zona, “el Comité inicia función de denuncia y acercamiento humanitario con los actores armados para la liberación de los mismos, buscando la disminución de la intensidad del conflicto salvando vidas humanas”, dice Mario Gómez, integrante del Comité.
El Comité Interinstitucional está conformado por el alcalde, instituciones prestadoras de servicios del municipio: hospital, policía, personería, cooperativas, Sociedad de San Vicente de Paúl, Asociación de Comerciantes, Asociación de Juntas de Acción Comunal y la parroquia, con el objetivo de hacer seguimiento a los procesos sociales y a las acciones que se desarrollen.
En los hechos del seis y siete de diciembre, algunos granadinos estaban viviendo en Medellín. Sin embargo, como el drama había sido tan fuerte, las noticias llegaron rápido a sus oídos y conmovidos ante lo ocurrido con sus paisanos, decidieron hacer una asamblea en dicha ciudad el ocho de diciembre, a la cual asistieron cincuenta personas. Allí realizaron un consenso de ideas y definieron tareas: 1. Presentarse en Granada para dar apoyo y fuerza al pueblo, 2. Realizar una Granadatón en diferentes ciudades del país (Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín), donde hubiese colonia granadina y 3. Convocar al Comité Interinstitucional.
Luego de reflexionar y analizar la situación, lograron pactar acuerdos como la Marcha del Ladrillo, que se convirtió en el primer objetivo. La marcha fue realizada el nueve de diciembre del 2000, recién ocurridos los hechos más devastadores en toda la historia de Granada. Ellos venían realizando, alrededor de 20 años atrás, este tipo de manifestaciones cuando necesitaban materiales para construir un centro en beneficio de todos.
Las principales calles de Granada se movían en sus entrañas, pues cerca de cuatro mil personas dispusieron sus pasos a caminar al mismo tiempo y hacia la misma dirección. Todos juntos gritaban una vez más “¡Aquí estamos!”. El cementerio fue el punto de partida, lugar de encuentro que reunió a los vivos y a las memorias de los muertos.
En sus manos cada ciudadano cargaba sus sueños, representado en ladrillos, que significaban el nuevo comienzo a esa anhelada tranquilidad. Tantas manos unidas ofrecidas a servir, acompañar y apoyar, eran muestra de que el dolor de otros se había convertido en propio. Los pasacalles adornaban el recorrido con mensajes conmovedores de paz y reconciliación que permitían reflexionar y cuestionarse alrededor de una misma situación: si hoy fue mi vecino, ¿quién será mañana? Puedo ser yo.
Compactadoras y otras máquinas especializadas se deslizaban con fuerza hundiendo los últimos escombros que quedaban de la antigua construcción. Así fue como los obreros adecuaron el terreno para hacer allí el acto final de la marcha, lugar que pronto empezaría a tomar forma y vida.
Reconociendo que los obreros eran la estructura vital en este proceso, ese día se les entregó una camiseta que decía: “Construyendo unidos la Granada que queremos”. “Ese era el lema del alcalde y también se volvió el lema de la reconstrucción”, recuerda Alejandro Soto, un scout que participó en el proceso.
En vista de ser uno de los eventos más esperados por todos, el párroco, Oscar Orlando Jiménez, ofreció una eucaristía en acción de gracias por la reconstrucción y conmemoración a las víctimas.
La marcha del ladrillo da cuenta de la forma tradicional e histórica en que los granadinos se han enfrentado a situaciones adversas. Pobladores muy particulares que no han querido acallar su voz, que se resisten a huir y a resignarse.
También se han caracterizado por luchar contra su inconformidad y lo han evidenciado en la participación constante de foros, mingas, marchas civiles, protestas y movilizaciones; para exigir, proteger y preservar sus ideas.
La organización ha sido un elemento presente en Granada. Desde hace más de 50 años existen las juntas de acción comunal, las cuales permanecieron durante el conflicto. Así mismo las asociaciones han jugado un papel importante en la consolidación del municipio. Dentro de ellas está la Asociación de Comerciantes, una de las más reconocidas.
Los párrocos también hacían su aporte. A la salida de las misas convocaban a los feligreses para que cada uno formara parte de las actividades, llevando un adobe. “Un solo adobe no vale casi nada pero juntos valen mucho. Prácticamente eso recoge la forma histórica en que Granada se hizo”, cuenta Jaime Montoya.
“Ver el retorno de las personas que habían tenido que marcharse y abandonar lo que era suyo, estar en el encuentro con amigos y conocidos con los que alguna una vez compartimos era ver un sueño hecho realidad. La reconstrucción física había terminado”, recuerda el scout Alejandro Soto.
Aunque eran pocas las familias que comenzaban a instalarse en los nuevos edificios, eran suficientes para recrear las noches en Granada. Uno tras otro iban encendiendo los bombillos en medio de la oscuridad de los bombardeos.
El dos de diciembre de 2003 se presenta un hostigamiento al comando de policía, en el que lanzan un cilindro que no alcanza a explotar. Eran precisamente situaciones como estas las que hacían titilar los bombillos, pero la llama continuaba intacta y persistente, tratando de iluminar desde estos hogares el resto de caminos.
La mayoría de las ideas plasmadas por Jaime Montoya en el Grupo Visor, se llevaron a cabo. Los resultados dieron un balance de 110 viviendas nuevas, 55 locales comerciales, tres parques recreativos, 120 viviendas reparadas y 165 familias beneficiadas directamente.
“Me siento satisfecho con lo que van a entregar… Aunque mi propiedad queda con menos metros de los que tenía, no me siento inconforme. En una pérdida de estas, uno aprende a ceder lo que antes no estaba dispuesto”, es el testimonio consignado en el Documento Alianza Granada, realizado por Olga Lucía Jaramillo Pérez.
Uno de los parques que Montoya proponía en el Grupo Visor era un espacio cultural o un teatro al aire para los vecinos reunirse y asistir a eventos culturales. Y así fue. Para los habitantes de Granada el parque que cumple con estas características es el Parque de la Vida, ubicado en la calle Bolívar. Allí se desarrollan diferentes actividades alusivas a la memoria de las víctimas, como lectura de poesía, cantos y oraciones que acompañan las noches del primer viernes de mes en las Jornadas de la Luz.
El 60 por ciento de los beneficiados en la reconstrucción física se encuentra en Granada y el 40 por ciento en Medellín. “Casi la mitad de los beneficiarios salió del municipio. Los que se quedaron viven con familiares o pagan arriendo. De los que salieron no desean regresar por lo menos el 30 por ciento porque ya se han reubicado en Medellín”, dice Diego Iván Aristizábal, director ejecutivo de la cooperativa Granada Siempre Nuestra.
La guerra los llevó a huir. El grado de afectación fue diferente en cada caso, algunos decidieron marcharse para no regresar a un pasado que les duele, que les trae recuerdos, que jamás podrán olvidar. Un pasado que cambió sus vidas, que no volverá a ser iguales. Una tranquilidad irrumpida y una vida arrebatada, porque desde ese día, junto a los muertos, muchos de los vivos agonizan en sus memorias.
Los actores armados continuaron arremetiendo. El 20 de febrero de 2004 ocurre un atentado con lanzagranadas en la zona urbana. Para el 2008, según cifras de la personería de Granada, la guerra dejó un saldo de más de 400 víctimas de muerte selectiva, 128 desaparecidos, afectación directa del 60 por ciento de la población total (19.500) y del corregimiento de Santa Ana compuesto por el casco urbano y 11 veredas, el 92 por ciento de la población desplazada.
Debido a la situación del conflicto, algunos no fueron capaces de vivir en Granada, mientras que otros no podían vivir fuera de ella. El Comité Interinstitucional fue una de las grandes razones para quedarse. En ella encontraron el apoyo y la protección necesaria para levantarse. El pueblo resurgió y aunque aún está sanando heridas, no deja quebrantarse ante ningún obstáculo. Si la destrucción física no pudo con ellos, nada más lo hará. El Comité los unió en solidaridad y desde eso, la lucha, el recuerdo y el futuro les mantiene vivas las esperanzas.
Nota: este texto hace parte de la revista ‘Granada, prohibido olvidar’, que fue escrita por María Laura Idárraga Alzate y Maira Alejandra Núñez Gallego.