MOVILIZACIÓN QUE PUSO FIN A LA DICTADURA DE ROJAS

Mayo de 1957 fue un mes memorable para el pueblo colombiano. Millones de personas de todos los rincones se pusieron en movimiento y el 10 del quinto mes del año, la dictadura del general Rojas Pinilla fue segada por una acción sin precedentes en la historia de Colombia.

Por: Roberto Romero
http://centromemoria.gov.co/movilizacion-que-puso-fin-a-la-dictadura-de-rojas/

Instaurado en el poder el 13 de junio de 1953, tras lo que el establecimiento llamó un “golpe de opinión” que aparentemente dejaba atrás el oprobio del régimen conservador de Laureano Gómez, recibió de inmediato el respaldo incondicional del partido liberal y de la facción ospinista del conservatismo.

El defenestrado presidente Laureano Gómez, y sus hijos, los delfines políticos Enrique y Álvaro Gómez Hurtado, tomaron el camino del exilio.

El general Rojas, que se autocalificó como el Jefe Supremo y Teniente General de las Fuerzas Armadas, cargo inexistente por cierto, proclamó su gobierno, tras el cuartelazo, como de “paz, justicia y libertad”.

Comienza el desencanto tras la matanza de los estudiantes

Muy pronto el país se desencantaría de la gestión oficial, marcada por la corrupción y la persistencia de la violencia en campos y ciudades. La censura de prensa se ensañó contra la mayoría de los diarios, después de que estos alabaran al general como “el segundo Libertador”.

No había cumplido un año Rojas en el Palacio de San Carlos (antigua sede de la Presidencia, hoy sede la de la Cancillería) cuando el 8 de junio de 1954 caía asesinado en las puertas de la Universidad Nacional Uriel Gutiérrez y la gigantesca marcha de protesta estudiantil que se dirigía a Palacio un día después, fuera masacrada por la tropas del Batallón Colombia en la calle 13 con séptima, dejando un saldo de nueve jóvenes muertos y una veintena de heridos.

A pesar de que las directivas de los dos partidos respaldaron de inmediato a Rojas y repetían en los todos los periódicos la versión oficial de que los sucesos del 9 de junio correspondían a un complot del “comunismo internacional”, (el partido comunista colombiano había sido declarado fuera de la ley), la matanza fue el punto de quiebre de la dictadura.

La luna de miel de los partidos y gremios con el tirano se resquebrajaría sin remedio en 1955. Comenzaba el principio del fin del régimen que reinaba bajo el Estado de Sitio y la censura de prensa.

La Asamblea Nacional Constituyente de bolsillo, que apoyó a Rojas a través de los dos partidos tradicionales, ya no encontraba fácil el camino hacia una nueva reelección, sin comicios, del Jefe Supremo. Fue disuelta el 29 de noviembre de 1956 ante la imposibilidad de obtener un resultado favorable para su nueva aspiración despótica.

Rojas, en su pugna con los sectores que detentaban el poder económico y político, clausuró periódicos y emisoras, entre ellos los dos principales diarios, El Tiempo y El Espectador.

Los desvelos de un dictador

Al dictador lo desvelaba la campaña iniciada por los dos partidos tradicionales, ya unidos, hacia una convergencia en un frente civil capaz de restablecer un gobierno republicano. Faltaba el acuerdo de los dos máximos jefes, Laureano Gómez, (éste, a diferencia de liberales y conservadores del grupo de Ospina Pérez, como quedó dicho, nunca apoyó a Rojas) y Alberto Lleras, que había retornado a la vida política tras una década de ausencia.

El frente se abrió paso en julio de 1956 tras la reunión entre los dos jerarcas en el pueblo español de Benidorm y cuyo pacto se bautizó como Frente Nacional. Este fijaba que una vez derrocada la dictadura por un movimiento popular auspiciado por los gremios económicos, utilizando el arma del paro cívico y la huelga general, liberales y conservadores pondrían fin a sus disputas que desangraban al país y se repartirían el poder político cada cuatro años en la llamada alternación presidencial, sin dejar espacio a ninguna otra fuerza diferente durante 16 años. Una dictadura militar se reemplazaba con una civil, más sutil pero por ello no menos perversa.

Los ospinistas, (enemigos acérrimos de Laureano Gómez) ya enemistados con Rojas Pinilla, para no salir del juego por el dominio del poder, propusieron entonces mantener al dictador en el cargo hasta 1958, cuando cumplía el mandato que le había otorgado aquella espuria Constituyente de liberales y ospinistas en 1953. Sin embargo, el ex presidente Ospina Pérez terció finalmente a favor del Frente Nacional con su renuncia a dicha Asamblea Constituyente, sellando así la suerte del general.

Entraría 1957 sin tener aun Rojas en sus manos la reelección por la Constituyente. A esta el general le había inyectado 25 nombres más por decreto, sacados de la corte de sus amigos para tener una holgada mayoría que le había sido esquiva en noviembre. Y si se decía que ya Rojas había perdido el contacto con la realidad, ahora con su reiterada pretensión de seguir gobernando por encima de los partidos, insistiendo en su reelección, sí que era cierto.

El cuadro era el siguiente: los ospinistas le habían retirado su apoyo, los liberales no se prestaban ya para ninguna componenda mientras los laureanistas, el sector mayoritario del partido conservador, arreciaba su lucha contra el gobierno.

Los generales se toman el Diario Oficial

En la prensa, un indicativo de que la correlación de fuerzas había cambiado por completo en perjuicio de Rojas era el número de directores de diarios que firmaron el 7 de noviembre de 1956 el mensaje de respaldo a la reelección del Jefe Supremo: Samuel Moreno Díaz, Diario de Colombia; Francisco Plata Bermúdez, El Día; Hernando Olano Cruz, Diario del Pacífico; Armando Zabaraín, El Libertador; Álvaro Lloreda, El País; Vicente Martínez Emiliani, El Frente, entre otros. Un total de diez medios. Bien atrás quedaban los tiempos en que más de una treintena de diarios y toda la gran prensa respaldaron sin condición alguna el “golpe de opinión” del 13 de junio de 1953.

El 26 de enero de 1957, el Diario Oficial publicó en forma exclusiva las declaraciones del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas con un titular a todo lo ancho de la primera página: “La inmodificable determinación de las Fuerzas Armadas es que el General Rojas Pinilla continúe rigiendo los destinos de Colombia”. El general Gabriel París señalaba que el periodo presidencial de 1958 a 1962, le debe corresponder al Jefe Supremo.

Eduardo Quintero Millán, uno de los censores de prensa del gobierno de Rojas y nombrado después jefe de corresponsales de Diario Oficial, entrevistado por el autor de estas notas y en las primeras declaraciones que hace, relata la historia de la noticia con la que se despertaron aquel día todos los colombianos.

“Ya habíamos cerrado la edición y nos encontrábamos en la parte final de la armada para fundir las planchas. Todo el personal directivo se había ya marchado para sus casas y me encontraba al frente del periódico. Como a la una de la madrugada del 26 de enero, irrumpieron en las instalaciones del periódico todos los comandantes de las fuerzas armadas, sin exención. Allí estaban los generales París, Navas, Pardo, Gómez, a quienes atendí de inmediato ante mi sorpresa por la inesperada visita. ‘Venimos para que se inserte en la edición de hoy esta declaración de las fuerzas armadas’, me dijeron. Ordenaron que ocupara la primera plana. No se marcharon hasta ver armada la portada de ese día”.

Las vueltas de la vida

La presión castrense, aplaudida por la prensa oficialista, culminó el 8 de mayo con la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, que por medio de 76 votos a favor y uno en contra, declaró a Rojas Pinilla “legalmente electo Presidente de la República para el periodo constitucional 1958-1962”. La Constituyente en pleno se trasladó a Palacio para darle la nueva buena al Presidente. Eran las nueve de la noche y ya en el país continuaba desplegándose el formidable movimiento cívico y popular que comenzara el 5 de mayo contra la tiranía. Treinta horas después Rojas partiría a la derrota del exilio el 10 de mayo de 1957.

La “inmodificable determinación” de las fuerzas armadas se quebraría al perder Rojas el apoyo de sus propios generales, el último bastión que le quedaba: no resistieron las presiones de las clases dominantes lesionadas por el poder omnímodo del dictador y le salieron al paso.

Entonces todo el poder de la burguesía se volcó contra la dominación dictatorial de la camarilla militar. La prensa, los directorios políticos, los gremios industriales, el comercio, el patronato del campo, el Cardenal Concha, los banqueros, las señoras de los banqueros con sus desfiles pacíficos, los clubes sociales, los mimeógrafos para editar la propaganda clandestina y proclamas subversivas, los estudiantes y detrás de ellos los sindicatos, tomaron la calle. La huelga general no la detenía nadie.

El 5 de mayo la prensa realizó su primer paro total dejando de circular en forma conjunta hasta el derrocamiento del dictador. Y todas las universidades y colegios se sumaron a las jornadas del 9 y 10 de mayo saliendo a las plazas con pañuelos blancos.

Una decena de héroes

La gendarmería resolvió atacar a los manifestantes, incluso en los atrios de las iglesias como La Porciúncula de la calle 72 en Bogotá. Diez estudiantes caerían víctimas de las balas oficiales en Medellín, Cali, Manizales y Bogotá.

Ellos son Hernán Mejía Correa, de primer año de odontología de la Universidad de Antioquia, y Alfonso Pérez Yepes, de un colegio de bachillerato nocturno de la capital antioqueña.

José Ramón Caicedo, alumno de primer año de bachillerato del Instituto Técnico, Antonio José Camacho y Víctor Ramírez, de la Escuela República Argentina, los tres de 14 años, y Reinaldo Escobar, de 15 años, del Colegio León XIII, en Cali.

En Manizales, Jorge Chica Restrepo, de segundo año de odontología, de la seccional de la Universidad Nacional y Guillermo Bedoya, quien cursaba cuarto año de Derecho en la Universidad de Caldas.

Los estudiantes Ernesto Aparicio Concha y Pedro Julián Tamayo, caerían asesinados en Bogotá. El primero cuando el 8 de mayo entonaba el himno nacional en una marcha y el segundo en la puerta de su casa huyendo de la andanada policial.

El 10 de mayo de 1957 no fue otra cosa que la utilización por parte del establecimiento, – que había entrado en irremediable contradicción con quien osó retarlo- del arma de la resistencia popular que siempre se nutre de la movilización de masas y la huelga sindical. Los sectores dominantes escondieron en lo profundo de sus armarios el “Collar del 13 de junio” , que habían recibido con orgullo de manos del general Rojas y organizaron el paro cívico, se mezclaron con estudiantes y obreros, amas de casas y pensionados, para restablecer la “normalidad” de las instituciones a través del asfixiante Frente Nacional.

En los archivos de la Presidencia de la República reposa un documento original. El único de los miles que hay allí que tiene la firma del Jefe Supremo. La letra temblorosa de su rúbrica y los salpicones de tinta en el decreto final que nombra a la Junta Militar que lo remplaza, testimonian su querella con quienes lo abandonaron y su renuencia a marcharse. Donde nunca le templó el pulso fue para cercenar la libertad.

Instaurado en el poder el 13 de junio de 1953, tras lo que el establecimiento llamó un “golpe de opinión” que aparentemente dejaba atrás el oprobio del régimen conservador de Laureano Gómez, recibió de inmediato el respaldo incondicional del partido liberal y de la facción ospinista del conservatismo.

El defenestrado presidente Laureano Gómez, y sus hijos, los delfines políticos Enrique y Álvaro Gómez Hurtado, tomaron el camino del exilio.

El general Rojas, que se autocalificó como el Jefe Supremo y Teniente General de las Fuerzas Armadas, cargo inexistente por cierto, proclamó su gobierno, tras el cuartelazo, como de “paz, justicia y libertad”.