Por: Nelson Lombana Silva Martes
10 Marzo 2015
http://www.pacocol.org/index.php/comite-regional/tolima/13089-la-masacre-de-santodomingo-chaparral-4
La muerte en combate de tres soldados en la vereda Brazuelas del municipio de Chaparral, descompuso al sanguinario coronel Villate, quien anunció públicamente que por cada soldado mataría a cien civiles, comenzando el 25 de abril de 1956 con la masacre de 72 campesinos en Santodomingo.
El sargento Ducón recorrió con sus hombres la zona invitando a la comunidad a una supuesta reunión y todo el que iba llegando lo iba amarrando de dos en dos con las manos atrás. Alfonso Campos – hermano de la camarada María Oliva Campos Torres – se encontraba durmiendo en el zarzo de su casa porque estaba en la recolección de café y había hartos trabajadores, al darse cuenta se vistió rápidamente con la esperanza de huir, pero los malhechores ya de salida en el portón notaron su ausencia y vinieron y lo sacaron amarrado y se lo llevaron.
A todos los que encontraron por el camino reclutaron. En Santodomingo, se construía una escuela de tierra amasada y había una fosa de donde habían sacado el material para el establecimiento educativo. En parejas los hacían parar al borde y los degollaban y los cuerpos caían al fondo de ésta.
Utilizaron este criminal método para no alertar a las guerrillas que merodeaban el entorno. Como Alfonso tenía una pieza en este caserío, los dueños suplicaron permiso para sacar el cuerpo de allí y darle cristiana sepultura; después de muchas súplicas lo pudieron hacer pero a escondidas, porque era consigna de los militares impedir que se cumpliera con el rito religioso.
Cuando veían las luces de las linternas de los maleantes, apagaban las velas y guardaban silencio hasta nueva orden. En esas condiciones fue sepultado en el cementerio de Santodomingo, Alfonso Campos, el único que tuvo ese “privilegio”.
Dos meses después hubo una tempestad y el río Tetuán se desbordó sacando los 71 cadáveres y regándolos por toda la playa como testimonio de la monstruosa masacre. Los familiares saltaban por encima de los cuerpos descompuestos en busca de sus familiares en escena dantesca.
Pero allí no pararon los instintos criminales del citado militar. Continuó la racha de asesinatos de humildes campesinos, los cuales eran devorados por las aves de rapiña, pues los familiares no podían darle sepultura. Fue tanto el número de muertos que las viudas acudieron al párroco de Chaparral para solicitar por lo menos el derecho a llorar y enterrar cristianamente a sus familiares.
El cura presionado, fue al casino de oficiales ubicado en el hoy parque Manuel Murillo Toro, confrontando al sanguinario coronel Villate. Después de una agria y acalorada discusión en la que el cura le dijo sin rodeos que debajo de la sotana tenía pantalones, se concedió a regañadientes el permiso de velar y sepultar los cuerpos caídos en la cruda violencia desatada y alimentada por el régimen bipartidista.
Para algunos sobrevivientes, el coronel Villate superó con creces semejante cifra, crímenes que reposan en la impunidad y quizás en el manto oscuro del olvido. “Sacaba a altas horas de la noche a cualquier cantidad personas, las llevaba a un sitio de concentración, motilaba a todo el mundo y sometía a la gente a vejámenes. Era un demente. Un criminal de la peor calaña”, recuerda Raúl Rojas González.
A pesar de la dura represión, el comunista Raúl Rojas González, persistía en la lucha por la defensa de los Derechos Humanos. A cada paso se jugaba la vida. En respuesta, la comunidad lo eligió concejal en varios períodos: 1972, 1974, 1977, 1978, 1979, 1980, 1988, 1989, 1990 y 1991.
Grandes debates libró en el recinto del honorable concejo municipal y muchas iniciativas se hicieron realidad, entre otras, la construcción del acueducto municipal por gravedad y por supuesto, el señalamiento valiente de las fechorías que venía haciendo los militares del batallón Caicedo en unidad con los Chulavitas o Pájaros (Hoy paramilitares) y algunos gamonales de la comarca.
La construcción del acueducto por gravedad es toda una historia inédita, de mucho sacrificio colectivo de la comunidad y sus líderes populares, entre ellos, el camarada Raúl que con su esposa e hijos, participó en una caminata hasta Bogotá. La caminata era orientada por algunos militares. Sin embargo, el comunista Rojas González marchó a la cabeza, coordinando la solidaridad de los comunistas y comunidades que salían en los pueblos a ofrecer ayuda solidaria, como alimentos, agua y material de enfermería.
Esto tenía molesto a los principales organizadores, al extremo que en el municipio de Soacha un destacamento numeroso de comunistas salió a hacer calle de honor y entregar las respectivas ayudas, lo que fue impedido por la policía. Raúl fue detenido por un mayor de la policía e injuriado duramente. Raúl le contestó que en vez de impedir la marcha había que apoyarla, porque el objetivo era justo y humano. El presidente de la república, Belisario Betancur Cuartas, permitió la llegada de una comisión, comprometiéndose a hacer dicha obra.