”LA MASACRE DE LOS 13”, DIEZ AÑOS DE OLVIDO

Revista Sole
21/05/11
http://revistasole.blogspot.it/2011/05/la-masacre-de-los-13-diez-anos-de.html

Una mañana de comienzos del año 2001, cerca de 20 hombres armados y vestidos con uniformes militares realizaron un recorrido de muerte en zona rural de El Peñol, un pueblo ubicado en el Oriente antioqueño, a 70 kilómetros de Medellín. Llegaron hasta algunas casas de las veredas Chiquinquirá y La Meseta y sacaron a la carretera a varios campesinos que señalaron de ser colaboradores de la guerrilla. A sangre fría, los asesinaron a todos. Dispararon también contra aquellos que tuvieron el infortunio de encontrarlos a su paso. Ese trágico hecho se recuerda en este municipio como ”La masacre de los 13”, una historia de la que pocos hablan aunque, en el fondo, nadie ha olvidado.

Todo ocurrió el viernes 5 de enero, un día que pintaba soleado y de cielo azul, pero que terminó convertido en uno de los más oscuros para ese pueblo en muchos años. La cacería humana comenzó pasadas las 7 de la mañana, cuando los asesinos, armados con fusiles y pistolas y con sus torsos envueltos entre cananas repletas de balas, ingresaron a la casa de Elisa*.

-Somos los compañeros, los que cuidamos de ustedes-, dijo uno de ellos.

-Qué pena, señor, pero yo aquí no admito gente armada- les respondió Elisa, con algo de temor pero con mucha valentía.
-Por favor, se retiran, porque después vienen los paramilitares u otra gente y lo matan a uno-, agregó.

-¿Y cuántos guerrilleros pasan por aquí?-, preguntó uno de los tipos.

Elisa solo atinó a decir que su familia no sabía nada de eso. Que ellos solían acostarse temprano. Los hombres susurraron y al momento salieron a buscar a sus víctimas.

Elisa cuenta, exactamente 10 años después de ocurrida la masacre y sentada en una cafetería de una concurrida calle de El Peñol, que esa respuesta fue la que le salvó la vida. Que Dios le puso esas palabras en la boca. Que si les hubiera dicho ”entren y siéntese” -como se acostumbra decir por estas tierras de gente amable con los foráneos- la hubiesen matado al instante, así como hicieron ese día con los 13 campesinos que por mala suerte o por desgracia del destino, se encontraron en la carretera con esa manada asesina.

Elisa tuvo la fortuna de sobrevivir para contar su historia, pero no ocurrió lo mismo con su esposo, a quien mataron mientras caminaba rumbo a su trabajo.

En aquel amargo amanecer, los hombres abandonaron su casa rápidamente y a los pocos minutos se escucharon en la distancia los primeros disparos. Habían parado el carro de servicio público que a esa hora hacía el turno para las veredas Chiquinquirá y La Meseta, ubicadas a unos ocho kilómetros de El Peñol; bajaron a su conductor, Francisco Javier Vélez, de 36 años, y allí mismo lo asesinaron. Luego se encontraron con Tiberio de Jesús Pamplona, de 47 años, quien estaba a un lado de la vía cortando maleza para las vacas, y sin mediar palabra le descargaron tres disparos en su rostro. Y la lista siguió. Unos metros más arriba aparecieron muertos Adolfo Gómez Gaviria, de 27 años, Teodomiro Aristizabal Salazar, de 73, y su hijo Arley Humberto Aristizabal, de 20. También los hermanos Jaime y Tarcisio Osorno Castaño, de 47 y 27 años.

Algunos pobladores dijeron ese día a los medios de comunicación que los sujetos pasaron por las casas ”invitando” a sus víctimas para una reunión y quienes se negaban a salir eran sacados a la fuerza.

Luego de haber iniciado la cacería, los bárbaros continuaron con su recorrido de muerte mientras hacían disparos al aire y apuntaban a lo que se movía.

”Ese día estaban matando al que se encontraban”, recuerda María*, quien a los pocos minutos de haber escuchado el ruido de las balas salió a ver qué era lo que ocurría, sin percatarse, si quiera, del peligro que corría. Transcurrieron varios minutos para darse cuenta de lo que estaba pasando, hasta que se encontró con los cuerpos de sus vecinos tirados en el piso y sin vida. A lo lejos, cuenta, alcanzó a ver a unos cuantos hombres vestidos de camuflado que escupían palabras soeces al cielo. Ella y otros de los testigos concuerdan en que nunca vieron en sus camuflados ninguna insignia que los identificara como paramilitares o guerrilleros.

Con el paso de las horas se sabría que ese mismo escuadrón llegó hasta un sector conocido como Las Vegas, en la parte baja de la vereda Chiquinquirá, y allí acabó con la vida de Héctor Iván Gil Quinchía, de 24 años, Óscar Martínez Hincapié, de 25 años, José Eleázar Quinchía, de 27 años, Edilberto Botero Botero, de 25 años, Óscar Quinchía Morales, de 23 años y Gonzalo García Marín, de 50. Varias de las víctimas fueron muertas con tiros de fusil en la cabeza.

Juanita*, una de las testigos que iba con su padre en otro carro de servicio público que alcanzaron a parar los asesinos, narró lo sucedido:

”Nos bajaron y nos dijeron que para dónde íbamos, nos voltearon para que miráramos para otro lado y le dispararon a mi papá. Creímos que iban a seguir con nosotros pero el que mandaba le dijo al que estaba disparando: ¡ya no más!”.

La masacre sembró terror en los habitantes de aquellas veredas, quienes se preguntaban (y aún hoy lo siguen haciendo) por qué aquellos ”infames” se ensañaron con sus vecinos, si algunos de ellos no eran más que reconocidos líderes veredales y, los demás, hombres de campo que solo levantaban el machete para cortar el alimento para las vacas.
-No sabemos por qué mataron a tantos. La gente comentaba que por cada torre tumbada mataron a un campesino, y eran 13 las torres tumbadas por la guerrilla en ese centro zonal-, fue el rumor que se regó por todo el pueblo después de la masacre.

En efecto, meses atrás ese sector había sido el centro de los ataques de las Farc y el ELN contra la infraestructura eléctrica de la región, que es administrada por las Empresas Públicas de Medellín. Estas guerrillas habían comenzado a hacer presencia en la zona desde los años 80 y poco a poco se fueron tomando el poder en buena parte de la zona. Luego, a finales de los 90, arremetieron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) con el Bloque Metro. Su objetivo era recuperar a sangre y fuego los territorios que años atrás habían sido ocupados por los insurgentes.

El Bloque Metro fue una estructura paramilitar que nació en Medellín en 1997 bajo el mando de Carlos Mauricio García, alias ‘Doble Cero’ o ‘Comandante Rodrigo’, quien fue asesinado en mayo del 2004. La justicia le atribuye a este bloque paramilitar la muerte de 12.080 personas, según cita el portal periodístico verdadabierta.com.

Fueron ellos, según consta en los procesos de investigación que adelanta la Fiscalía 43 de Medellín y en algunas versiones libres de ex paramilitares que se han sometido a la Ley de Justicia y Paz, los autores materiales de aquella masacre que marcó el inicio de un largo periodo de guerra en El Peñol y en toda esa subregión. Aunque hoy, la mayoría de sus integrantes están muertos, pues a diferencia de los demás bloques paramilitares que se desmovilizaron, el Bloque Metro desapareció luego de que el Cacique Nutibara le declarara la guerra por las presuntas denuncias de ‘Doble cero’ sobre la inclusión de narcotraficantes en las AUC.

A ellos, y también a la guerrilla, se debe la guerra sin cuartel que ambos ejércitos libraron en aquella subregión y que dejó a cientos de personas asesinadas en este pueblo de tradición turística.

Cifras del dolor

Es miércoles 5 de enero de 2011 y en El Peñol se conmemoran los 10 años de la masacre. Antes de las 10 de la mañana, varias personas ingresan a la iglesia con forma de roca para asistir a la misa en memoria de Tiberio de Jesús Pamplona. En horas de la tarde se realizará otra por las demás víctimas de la masacre. Mientras tanto, en el cementerio, que está ubicado sobre una montaña de verde intenso y desde donde se observa una buena panorámica de todo El Peñol, se aglomeran algunas personas para orar por las víctimas, cuyos restos reposan en un lugar visible a un costado de la capilla donde se da el último adiós a los difuntos.

”Son 10 años en que nuestras mentes jamás los han olvidado”, se lee en la cinta de una corona de flores que la familia de Francisco Javier Vélez puso en su tumba.

Dos lustros han pasado desde aquel día en el que los bárbaros acabaron con la vida de estas personas y siguieron con las de muchas más, porque la lista no terminó ahí ese año. Aquella masacre fue solo el principio de los tiempos aciagos que llegarían a este municipio.

Solo entre enero y noviembre del 2001, según la Asociación de Víctimas de El Peñol, fueron asesinadas 106 personas, una cifra escandalosa para un pueblo con poco más de 17 mil habitantes. A eso se suma que entre 1997 y 2006 fueron asesinadas 320 personas. De ellas, unas 135 fueron muertas violentamente en las veredas de El Chilco, Chiquinquirá y La Meseta, lugar donde ocurrió la masacre; el mismo sector que desde años atrás era conocido como el Centro Zonal El Progreso.

Quizás esos números no aterricen la realidad de la tragedia que sacudió a este sector. Tal vez sea más fácil indicar que fueron muy pocas las familias que no perdieron a algún familiar en esta guerra de poder.

Es cierto también que esos fueron días difíciles en la región y en todo el país. Desde el primero hasta el 19 de enero del 2001, la Oficina de la ONU en Colombia reportó 26 masacres en 11 departamentos. Las incursiones armadas, perpetradas en su mayoría por grupos paramilitares, dejaron unas 170 víctimas. De ellas, cuatro masacres ocurrieron en el Oriente antioqueño.

Pero a inicios del 2001, el país seguía anestesiado con las fiestas de fin de año, la Feria de Manizales y los paseos de olla que suelen hacerse durante el feriado de Reyes Magos. Ese letargo se acabó con la explosión de una bomba en el Centro Comercial el Tesoro de Medellín, ocurrida una semana después de la masacre. De inmediato, el Gobierno y los medios de comunicación giraron su mirada a la capital de Antioquia. Mientras eso sucedía, la subregión del Oriente seguía desangrándose.

Con potencial turístico

El Peñol ha sido reconocido por ser uno de los lugares más turísticos de la región y el país. Cuenta con un embalse que surte casi el 30 por ciento de la energía de Colombia y sus aguas han sido destinadas para uso deportivo y de diversión. Posee además dos rocas, la Piedra del Peñol y del Marial, que son motivo de orgullo para todo el departamento. Eso lo convierte en un pueblo visitado frecuentemente por cientos de turistas nacionales y extranjeros.

Pero si sus paisajes y lugares son un atractivo para los foráneos, lo es también su historia con más de 250 años de memorias, entre ellas la de su antiguo pueblo que quedó sumergido en las aguas del río Nare para dar paso al colosal proyecto hidroeléctrico. Este proceso generó un fuerte movimiento social y el posterior desarraigo de sus habitantes, quienes se vieron obligados a abandonar su pueblo para abrirle campo al progreso.
En 1979 debieron marcharse con su dolor a cuestas al ”Nuevo Peñol”, un poblado de casas más pequeñas pero de estilo más moderno, aunque sin la gracia del viejo pueblo. Aquel momento partió en dos la historia de El Peñol, tanto o más que la violencia que padeció hace menos de una década.

El Peñol y Medellín están separados por 70 kilómetros por la vía que comunica a la capital de Antioquia con Bogotá, las dos ciudades más importantes del país. El Oriente antioqueño es la subregión más desarrollada de Antioquia después del área metropolitana donde está Medellín. Cuenta con un aeropuerto internacional (el José María Córdova), uno de los más importantes de Colombia, y es la sede de reconocidas empresas nacionales. Todo esto hace de esta subregión un polo de desarrollo y, por supuesto, lo pone en la mira de muchos intereses, entre ellos el de los grupos armados.

Investigación con pocos resultados

Elisa cuenta que durante varios años las familias de las víctimas no se atrevieron a denunciar la masacre por temor a recibir represalias de aquellos que prefieren que ese hecho sea olvidado. Solo en 2008 el caso se empezó a remover. El 22 de agosto de ese año, una de las familiares de las víctimas recibió una carta de la Fiscalía donde le comunicaban que la investigación había sido asignada a la Fiscalía 45 de Justicia y Paz de Medellín. Una luz parecía surgir ante tanto espasmo.

A ese despacho, se explica en la carta, también le ha correspondido ”conocer los Procesos de Verdad, Justicia y Reparación que de conformidad con la Ley 975 de 2005 y sus Decretos Reglamentarios se adelanta en relación con los postulados del desmovilizado Bloque Cacique Nutibara”.

La razón de que aparezca el Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas y no el Bloque Metro, autor material de la masacre, se debe a que fue este grupo -además de haber operado en la zona-, el que acogió a varios de los paramilitares que llegaron del extinto Bloque Metro, aseguran algunas fuentes de la Fiscalía y varios familiares de las víctimas.

En la carta invitan al familiar de una de las víctimas a participar de las versiones libres de los desmovilizados y le sugieren que ”en el evento de carecer de recursos económicos para contratar un abogado, la Defensoría del Pueblo le designará un profesional del derecho que asuma su representación jurídica en el proceso de Justicia y Paz…”

Para este caso fue designado el abogado Wilson Mesa Casas. La Revista Sole intentó en varias ocasiones contactarse con él pero no fue posible.

Este medio también solicitó una entrevista con el Fiscal 43 de Medellín, Germán Russi Casallas, quien en la actualidad está encargado del caso. En respuesta escrita, Russi Casallas explica que si bien es cierto que la masacre fue perpetrada por miembros del Bloque Metro de las autodefensas, ”no así se tiene postulados del Bloque Metro, el cual documenta el despacho, que hayan participado o al menos enunciado dicha masacre; razón que nos impide poder documentar dichos hechos por carecer precisamente de postulados que hagan las confesiones y asuman la responsabilidad del mismo”.

No obstante, las familias no desfallecen ante la posibilidad de que algún día no muy lejano se aclare el caso y se condene de una vez por todas a los autores de la masacre. Aunque guardan sus reservas por la lentitud y el aparente anonimato del caso.

”Me parece tan horrible que tengan eso tan oculto, porque han mencionado muchas masacres famosas menos la de El Peñol. Yo digo, cuando no la mientan por algo grave será…”, asevera Liliana*, otra de las familiares de las víctimas.

El dolor continúa

Un café sobre la mesa acompaña la conversación y una amplia fotografía con la imagen del viejo Peñol y de su piedra adorna la espaciosa cafetería ubicada en el centro de El Peñol. Elisa sigue con su relato. Un dejo de nostalgia se deja sentir en su voz al recordar lo que sobrevino a la masacre.

-¿Y cómo ha sido la vida durante estos 10 años?

-Horrible, horrible, muy maluca. Después de eso se desataron cantidad de masacres-, continúa. -Cada semana, día de por medio, se enterraban tres o cuatro personas.

Ella y los demás familiares de las víctimas debieron desplazarse hasta la zona urbana de El Peñol por temor a ser asesinados. La vida cotidiana de arañar el campo para cultivar café, fríjol, algo de zanahoria y tomates, había terminado para ellos y decenas de familias de ese sector.

Pero este fue un desplazamiento silencioso, sin medios de comunicación, sin bulla. Cada quien cargó con su dolor a cuestas y trató de reconstruir su vida para que el palazo de la violencia no doliera tanto.

-Toda la semana eran lagrimas y lagrimas derramadas, y por gente buena que moría, gente inocente. Se ensañaron fue con la gente inocente-, cuenta, para referirse a los asesinatos que precedieron a la masacre del 5 de enero.

Y a continuación lanza un comentario que muchos de los familiares de las víctimas han dicho desde entonces:

-Nunca se fueron al monte a buscar a los guerrilleros que verdaderamente eran el perjuicio de la sociedad. Siempre buscaron a los campesinos, ¿por qué? ¿Porque eran los fáciles de matar? A la guerrilla la dejaron enterita.

Luego dirá que superar el trauma de una tragedia como esa le ha costado muchas lágrimas y que con frecuencia imaginaba que mataba a los asesinos. ”Yo hacía unas matanzas horribles en esta cabeza”, dice al recordar el resentimiento que por muchos años la acompañó. Aunque hoy, asegura, agradece a Dios el haberse liberado de esos sentimientos.

No obstante, lanza una frase que sugiere que su dolor, lejos de irse, continúa:

-Uno dice que perdona, pero, bendito sea Dios. Uno perdona pero ahí tiene la herida.

Una catarsis al dolor

Las historias de algunas de las víctimas de ”La masacre de los 13” aparecen reseñadas en el libro ”Resurgimiento”, una publicación que resultó del trabajo de varias organizaciones comunitarias con los familiares de las víctimas de la violencia. Con sus relatos, estas personas intentan hacer una catarsis ante tanta violencia ocurrida en este pueblo. Sus testimonios también recuerdan lo ocurrido el 5 de enero del 2001:

-Mi hijo se encontraba trabajando con un vecino, sacando tomate a la carretera para llevarlo a vender al pueblo. En ese momento, pasaron los paramilitares disparando a todo el que se encontraban, y ahí estaba mi hijo-, recuerda Rosalba.

Otra mujer habla de las personas que perdió ese 5 de enero:

-Como la masacre sucedió en el mismo centro zonal, la mayoría de los asesinados eran familiares. Yo, por ejemplo, perdí a mi hijo, a un sobrino, a un primo y a vecinos de toda la vida, quienes crecieron con mis hijos y a quienes vi crecer.

*Nombres cambiados para proteger la seguridad de las fuentes