URAMA 02-Feb-52
Hechos
Víctimas en estos hechos:NO PRECISADO (Asesinadas: NO PRECISADO - Desaparecidas: NO PRECISADO)
El 2 de febrero de 1952 en Urama, Antioquia, cae fulminado un sargento de policía. ¿Que pasa entonces? Lo de siempre: no pudiéndose vengar de la guerrilla, los uniformados se desquitan con lo que encuentran: incendian los edificios de elaboración de café pertenecientes a Rubén Rodríguez; pasan a la casa de Don Luis Manso y asesinan a LA ESPOSA, a UNA HIJA casada y violan a otras dos dejándolas colgadas para ahorcarlas. Después lo queman todo.
“A la noticia de la muerte del sargento, las salidas del pueblo de Urama son taponadas y los policiales concentran a todos los hombres en la plaza. Forman luego tres grupos de prisioneros: el primero al mando del Teniente López, toma el camino de Camparrusia y en el Guamo después de despojar a los prisioneros de cualquier objeto que represente algún valor, los acuchillan con machetes, bayonetas y puñales. A los dos días la guerrilla sepulta allí 19 cadáveres, muchos de ellos totalmente desnudos”. “El segundo grupo se va por el camino a Dabeiba. Todos sus integrantes son sacrificados durante la marcha. Los enterró el Padre Gaviria en Dabeiba”.
A los restantes, bajo la responsabilidad del Teniente Mejía Toro, se les obliga a conducir el cadáver del sargento por el camino de Cañada Adentro hacia Uramita. A lo largo de una marcha de cuatro leguas dejan asesinados a la vera del camino a los que rinde el cansancio. La policía arrojó los 16 últimos cadáveres a la acequia del acueducto de Uramita y días después el agua bajaba con piltrafas humanas”.
Algunos apartes de una carta pastoral de Monseñor Miguel Angel Builes obispo de Santa Rosa de Osos, indican a las claras el extremo a que se llegó en Antioquia:
“Una madre joven de nuestra diócesis, medio enloquecida después de ver partir en trozos a su esposo y a sus tres hijos mayorcitos, cuando acometieron contra el más pequeñito de ellos, por su amor materno reaccionó y se abalanzó contra el verdugo, a quien hirió a un brazo. Entonces los once bandoleros restantes cayeron sobre la valiente mujer y la desollaron viva desde la cabeza hasta los pies, y ya de día la arrojaron viva y sanguinolenta a la huerta de la casa, bajo la acción del sol, de las moscas y animales carnívoros, hasta morir”.
Ya había dicho el prelado en el mismo documento: “¿Porqué esta sevicia? ¿Quién les ha indicado a esos verdugos los mismos procedimientos en todos los rincones de Colombia, con hombres, mujeres, niños y sacerdotes del Altísimo? Todos los relatos son uniformes al describir el sadismo, la sevicia inconcebible. Que se les asesinara de un golpe certero no sufrirían las víctimas tan crueles martirios, dolores y agonías. Muchos han sido asesinados a pedacitos como acaeció por ejemplo, al registrador de Caucasia en agosto último, cuando a machetazos le iban destrozando primero las manos, luego los pies; y al clamar el infeliz, “mátenme de una vez”, contestaban burlándose: “Queremos que sufra” (1).
Sin embargo, la masacre que tuvo mayores dimensiones, y sobre la cual existen muchas versiones, la realizó el Ejército en febrero de 1953, entre las ocho y las nueve de la mañana. Los procedimientos empleados en esa ocasión se asemejan mucho a los que utilizan actualmente los paramilitares: congregar a la gente en la plaza del pueblo, separar a los hombres de las mujeres y los niños, y mandar a estos últimos a que se encierren en sus casas mientras tienen lugar los hechos de sangre. Todo ello estuvo acompañado por robo y saqueo de las pertenencias de los campesinos. Como diría un Conservador que fue testigo de dicha masacre “con ese asesinato en masa, esto se dañó del todo”. Con sus métodos bárbaros y siniestros, los “chulavitas” implementaron una ruptura real y simbólica tanto del tejido social como del cuerpo humano. A partir de estos hechos y del terror que suscitaron entre los Liberales, muchos campesinos de esa filiación política optaron por armarse con el objeto de defender a sus familias. De esta manera buscaron superar el terror y vengar a sus parientes asesinados. Como respuesta a la violencia de la que fueron objeto, los bandoleros Liberales se valieron de un mecanismo que propició el desbordamiento de la propia violencia. Me refiero al mandato del “ojo por ojo y diente por diente” o ley del talión. Respondieron a la agresión con las mismas 36 armas empleadas por sus agresores, es decir cometiendo masacres, haciendo mutilaciones en el cuerpo de sus enemigos y quemando sus propiedades. En síntesis, aplicaron la misma ley de exterminio (2).
Fuentes:
- 1-LA VIOLENCIA EN COLOMBIA Germán Guzmán Campos
- 2-MARIA VICTORIA URIBE ALARCÓN Antropología de la inhumanidad: un ensayo interpretativo del terror en Colombia
