FRANCISCO JAVIER ECHEVERRI PULGARÍN, QUERÍA CUATRO HIJOS…

Testimonio de la docente Liliana Sánchez, quien era la esposa del docente desaparecido Francisco Javier Echeverri Pulgarín.

TIRÁNDOLE LIBROS A LAS BALAS
Memoria de la violencia antisindical contra los educadores de Adida, 1978-2008
Investigación realizada por la Escuela Nacional Sindical (ENS) y la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA)
Medellín, 2011

Francisco Javier Echeverri Pulgarín, oriundo de Medellín, era el hijo menor de una familia de 18 hermanos. Llegó a Urabá en 1990 a trabajar en San José de Mulatos, una vereda del corregimiento de Turbo. Allí fue desaparecido el 18 de marzo de 1992, cuando contaba con 23 años edad y 3 años de experiencia en la docencia.

Cuando lo conocí en San Pedro de Urabá, en el año de 1991, nosotros empezamos una relación de noviazgo. Él era un docente muy despierto, que donde llegaba impactaba por su inteligencia, su simpatía, por su interés, le gustaba estar en todo. Yo lo consideraba como muy intelectual, lo que fuese beneficio para él en cuanto a conocimiento y preparación, ahí estaba. Le gustaba mucho leer para aprender. Era un excelente maestro, él fue quien me enseñó a desarrollar una clase. Javier me traía libros de su escuela para leer y me enseñaba cómo aplicar el sistema de escuelas nuevas, que era el modelo de enseñanza que se utilizaba en las veredas.

Nosotros nos hicimos novios y nos casamos aquí en Turbo. Lo recuerdo como un gran esposo, aprendí muchas cosas de él, era muy cariñoso, muy amoroso, un hombre que se levantaba y preparaba el desayuno y me decía: negrita, tranquila, quédese durmiendo otro ratico, y me preparaba el desayuno. Fueron cosas muy maravillosas las que yo viví al lado de él. Duramos tan sólo cuatro meses casados. Nos casamos un 18 de noviembre de 1991 y me lo arrebataron un 18 de marzo de 1992.

A pesar de que fue muy poco lo que nosotros compartimos, yo siento que sí lo conocí realmente como era. Era extraño ese amor que me tenía, que me inspiraba, como esa entrega para construir un hogar, eso extraño de él. Javier me decía que quería tener cuatro hijos conmigo. La idea de nosotros era construir acá en Turbo una casa y tener cuatro hijos, que estudiáramos. Yo creo que si no le hubiera pasado lo que le pasó, Javier en este momento fuera una persona prestante, quizá hasta fuera el presidente de Adida.

Como docente, Javier siempre mostró muy buena proyección hacia la comunidad. Le gustaba mucho enseñarles a sus alumnos, pues en las veredas hay mucho analfabetismo, y esto era una barrera que encontrábamos en el proceso con los estudiantes, en el proceso de formación integral. Yo todavía tengo fotos de él con sus estudiantes haciendo huertas donde sembraban tomates, cebolla, y los padres de familia colaboraban en eso. A Javier le gustaba mucho organizar a los padres de familia, es decir, no era solamente un maestro de aula, era un maestro para toda la comunidad, eso es lo que llamo proyección. Su trabajo y todo lo que sabía no lo dejaba para él solito, él se los daba a los demás. Pensaba mucho en el otro, que la gente estuviera bien. Él sentía que si los demás estaban bien, él también estaba bien.

Sí Javier viviera, en la comunidad quizá no hubiera los problemas que hay, como el de las niñas que a tempranita edad las vuelven mujercitas. Estoy casi segura de que si él estuviera, la capacidad intelectual de esa comunidad en este momento fuera muy elevada, porque él no era egoísta en cuanto a su conocimiento, quería que su gente aprendiera lo que él sabía. Yo sé que hubiese hecho un trabajo muy grande. En la medida en que uno estudia así mismo actúa, entonces estas niña con conocimiento pensarían en ganarse la vida de otra manera, no teniéndose que ir con un hombre para que les de la mudita de ropa, tendrían más visión hacia el futuro.

En ese tiempo a nosotros como que nos dolía más la muerte del otro, de un compañero, ahora ya es algo normal. Para ese entonces apenas empezaba esta ola de muertes, desaparecidos, entonces la gente tenía como toda esa energía para luchar. Recuerdo mucho el grupo de Adida de aquellos años, me parecieron tan valerosos, meterse al monte a buscar un compañero me pareció algo muy grande. La vereda quedó sin maestros, a todos los sacaron, se vinieron para el distrito. Allá nadie entraba, ahora al parecer se normalizó.

Yo nunca reclamé dineros, no quiero, ni necesito que me paguen nada, yo quiero es conservar lo que viví con él. El grupo de maestros de Adida de ese tiempo no lo olvido nunca. Después de ocho días hicieron un entierro simbólico porque él no aparecía. Los maestros que hacían parte de la subdirectiva de Adida de Turbo citaron a los estudiantes para ese entierro, me pidieron una foto de él. Lle dije a Monseñor que uno puede hacer la plaquita como en cemento, colocar al menos el nombre de él, cosa que alguien pase y diga ahí está enterrado él.