Hebert Rodríguez
Estudiante Comunicación Social Periodismo UPB
http://www.historiasdeasfalto.com/facultaddecontar/5minutosparamorir.aspx
”Si el narcotráfico está en guerra con la Policía, por qué tenemos
que pagar nosotros este problema; quién paga los daños,
las lesiones, los traumas físicos y sicológicos y borra de la mente
de nuestros niños el horror de lo que acaba de pasar”
El Tiempo, diciembre 30, 1992
PARTE 2
Minuto 3, antes de la muerte
Nadie sintió el rugir del motor del taxi donde venían los asesinos. Como figuras borrosas aparecieron de las tinieblas disparando contra los muchachos que hace unos minutos se reían de no estar bebiendo licor. El tras-tras-tras de las armas se escuchó de repente y el miedo los inundó a todos. Juan David Rodríguez fue el primero en recibir los disparos y en caer al suelo. Su hermano Leo también fue herido pero alcanzó a esconderse en la casa de Estela cuando escucharon los disparos. Dentro de la casa de Estela se escuchaban unos gritos que atravesaban la calle desde la otra acera. América Pérez gritaba desesperada mientras observaba la puerta de su casa totalmente cerrada. Sólo un segundo de calma permitió a Estela escuchar el motivo de los gritos de su hermana. No era el miedo por morir lo que la impulsaba a gritar una y otra vez ni tampoco el terror que causaba la escena de los hombres empuñando las armas rematando a quienes estaban en las afueras de su casa. Sobre la puerta, su única hija se encontraba sola y sin protección. Sus gritos de auxilio se convertían en súplicas pidiendo la salvación de su hija.
Según datos documentados en el libro de Alonso Salazar, La parábola de Pablo, grupos de sicarios asesinaban policías y grupos secretos aniquilaban jóvenes en los barrios populares que se presentaban en los reportes a la prensa como muertos provocados por enfrentamientos entre combos.
Pablo Escobar que para 1992 se encontraba en las comodidades de la Cárcel que él mismo construyó -La Catedral- en Envigado expresó que ”¡diariamente en los medios se registran los asesinatos de policías en Medellín! Esta noticia es tan dolorosa que nos debe llenar de congoja a todos. Lo que no registran es que simultáneamente en los barrios aparecen muertos hasta veintena de muchachos en matanzas que nunca se aclaran”. Pero sus denuncias no sólo fueron hasta ahí. Escobar aseguró que una institución los estaba matando. ”hay una organización que sale de noche y fumiga inmisericordemente a todos los muchachos que ve en las esquinas, en las calles”.
Minuto 2, antes de la muerte
Henry Giraldo corrió hasta el extremo de la calle 20 junto a la pista de aviones del aeropuerto Olaya Herrera. Giró a la izquierda cuando se percató que uno de los asesinos se acercaba a sus espaldas disparando para matarlo. Henry corrió lo más que pudo y se escondió en un hueco que encontró en el camino entre dos edificaciones a una cuadra de su casa. El asesino pasó segundos después cegado por su deseo de acabarlo y no se percató de la presencia de Henry que guardaba la respiración para hacerse imperceptible. Gustavo Cadavid, hermano de Carlos huyó hacia su casa por la esquina donde se ubicó el taxi del que se bajaron los asesinos que ahora le perseguían disparándole por la espalda para matarlo. Seis tiros impactaron su cuerpo antes de que pudiera llegar a su casa y huir de quienes le perseguían.
El taxi esperaba el regreso de sus pasajeros para marcharse cuando ellos se percataron de la presencia de otros tres testigos vivos. Los gritos de América llamaron la atención de los asesinos que inmediatamente iniciaron sus disparos hacia la acera de en frente donde se hallaban Hait, James y su esposa viendo morir a sus amigos. Hait sintió las balas respirándole sobre la nuca mientras se aferraba de los barrotes que cubrían los ventanales de la casa de la señora Miriam hasta que optó por lanzarse al suelo y hacerse el muerto. Un asesino cruzó la calle para matar a James y a América que se hallaban tirados bajo una banca de madera. James en su amor protector, se lanzó sobre el cuerpo de su esposa para impedir que las balas le hicieran daño pero las balas le arrebataron la vida antes de que pudiera cubrirla en su totalidad y el asesino le disparara cuatro veces en distintos puntos de la cabeza a su mujer. Al parecer el trabajo de estos hombres misteriosos ya había concluido. Sólo debían montarse en el vehículo que los llevó hasta el lugar donde descargaron sus proveedores y marcharse sin dejar rastro. Sólo un minuto más le hubiese permitido a Hait estar con vida si el conductor del taxi no hubiese abierto la boca.
-Ahí quedó uno en el suelo, ¿vas a dejar a ese hijodeputa vivo?
Uno de los hombres bajó del carro empuñando su arma mientras caminaba, recortando su distancia entre Hait y su arma. Esta vez no se podía fiar de su puntería y debía acabar el trabajo y cerciorarse de hacerlo bien. Fue por esto que Hait vio cómo la muerte se acercaba poco a poco aumentándole su agonía. El asesino se detuvo justo a sus espaldas mirándolo sobre el suelo y lo tomó por el pelo. Lo alzó. Fuerte. Sin posibilidades de fingir estar muerto. Hait sentía su pulso latir más fuerte y el cuerpo se le enfriaba poco a poco hasta que el, ¡Tas!, ya ni lo oía. El asesino le disparó una vez en el occipital y lo soltó contra el suelo para luego perderse con el taxi por la calle 68 adentrándose en el barrio Antioquia.
Minuto 1, antes de la muerte
Un mal presentimiento rondaba la mente de Gerson desde que su esposa y su hermana habían salido de compras. Ni aún después de saber que estaban vivas pudo alejar de la cabeza esos pensamientos extraños que le causaban vacío en la barriga. El vacio aumentó más luego de ver partir a su sobrino mientras pensaba en la situación que se estaba viviendo en las calles. El ¡ringgg-ringgg! del teléfono rojo rompió el silencio en la casa y Maty, que se encontraba desempacando las compras en la cocina, levantó la bocina. “Que a Haitmayí qué?”, gritó angustiada y salió por la puerta. Gerson permaneció estático como si la vida se hubiese detenido al instante y sintió no poder más. Mientras Matilde corría atravesando las tres cuadras que separaban el barrio, Gerson levantaba el teléfono para llamar al Pastor de la iglesia cristiana a la que hace poco se había convertido.
-¡Pastor, ore mucho por mi sobrino, lo acaban de herir, él no se puede morir, pastor!
El desespero le copó la cabeza y su espíritu inconverso y rebelde le volvió a la mente. Matar, beber, odiar, acabar, seguir, vivir, morir se le pasaba por la mente mientras cuestionaba a Dios por lo que hace unos minutos acababa de ocurrir. “No lo dejes morir Señor, no lo dejes morir”, balvuceaba mientras su esposa corría hasta la tienda de la señora Miriam donde se hallaba tirado Hait sangrando por el cuello.
Minutos antes de que Matilde llegara, la señora Miriam que se hallaba en el interior de su tienda limpiando el congelador, escuchó los disparos. La confusión la angustió por completo mientras desconcertada trataba de hallar conclusiones de lo que pasaba afuera. Su yerno Juan Carlos Valencia, se encontraba sentado sobre una mesa cuando oyó los disparos. Su intriga, lo impulsó a asomarse por la venta y sobre la reja que rodeaba las afueras de la tienda se hallaba Hait aferrado a los barrotes intentando vivir. Las balas obligaron a Juan Carlos a tirarse al suelo mientras cesaba todo. El auto se esfumó de la esquina y con la misma sutileza con la que se detuvo en medio de la lluvia se esfumó como la niebla.
Miriam Estrada no salió de su tienda aún asustada mientras su hija y su yerno lo divisaron todo. En la acera del frente se hallaba la sangre de Juan David Rodríguez luego de recibir de primero los disparos. En las afueras de la tienda de su madre, Isledy Gónzales observaba tres cuerpos conocidos que se hallaban moribundos. “Les dieron a los muchachos, les dieron”, fue lo único que dijeron mientras Matilde y Jhonny llegaban de prisa.
“Mi hijo, mi hijo”, decía Jhonny mientras arrodillado, veía a Hait manchado de sangre aún luchando por vivir. Los taxis no paraban viendo la matazón en la calle y los minutos pasaban de prisa. La ironía de la vida y la muerte rodeaba la vidas de aquellos muchachos que minutos antes charlaban y reían. Era como si aquellos minutos que tardaron en ver la muerte llegar a sus vidas, acelerara cada vez más rápido queriendo llevárselos. Sucelt llegó hasta la esquina y logró detener un taxi donde se montaron los cuatro. Hait, como un niño cargado en brazos, gemía mientras su padre le sobaba la coronilla pidiéndole que aguantara que aún no era el momento. “Aguante hijo, aguante”, decía Jhonny así supiera que la oscuridad venía por su hijo y él no podía hacer nada para arrebatárselo. Uno, fue el hijo varón que nació en su familia y ahora las balas querían llevárselo. Dos, fueron los asesinos que llegaron hasta la calle 20 escondidos bajo la ocuridad de la noche para cumplir con sus deseos de muerte. Tres, fueron los cuerpos que aún quedaban sobre las aceras de aquella esquina esperando su suerte mientras el cuarto se alejaba en un taxi buscando la vida. Cinco, fueron los minutos que tardaron los muchachos en acactar las alertas de la señora Miriam antes de ser masacrados en esa esquina.
El piso enbaldosado de la casa de Estela Pérez estaba manchado de un rojo vívido debido a las heridas de Juan David Rodríguez y Elizabeth Tejera Giraldo quienes fueron arrastrados hasta la casa para salvarles la vida. Raúl Pérez cruzó la calle para revisar a su hermana pero ya era tarde. Ninguno podía creer lo que había pasado porque para ellos una muerte así no podía pasarle a gente de bien. “Yo creía que que si los mataban era porque algo debían por ahí”, decía Estela Pérez mientras observaba a América reposando sobre las rodillas de su hermano que había manchado su pantalón y tenis blancos con la sangre que caía del cuerpo.
Carlos Rodríguez fue quien tomó el Reanault-4 de su casa y como pudo montó los heridos y se dirigió al hospital General donde horas más tarde murieron 3 de ellos.
Cuando Hait ingresó al pabellón de urgencias del Hospital General ya las fuerzas se habían extinguido. Jhonny miraba desde la entrada cómo su hijo se alejaba sobre una camilla atravesando la puerta de vidrio que dividía el pabellón. Matilde buscó una familiar que esa noche cubría el turno nocturno de auxiliar de cirujías para rogar que le dejaran entrar a ver a Hait. Cuando Luz Ángela asomó por el pasillo a Matilde le permitieron entrar a ver a Haitmayí mientras Sucelt y Jhonny aguardaban afuera. “El llegó muerto Maty”, dijo Luz Ángela mientras la guió a través del pasillo hasta donde se encontraban la camilla de Hait junto a otro cuerpo. Él se encontraba sin zapatillas y sus piel morena se había trasformado en un amarillo pálido. Del extremo de la camilla, la cabeza dejaba escapar goteras de sangre que aún fluían de su cabeza y se estrellaban sobre el baldosín del hospital. Ya era tarde, el minuto cinco había terminado.
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Sábado 5 de diciembre de 1992
Cuatro jóvenes fueron acribillados a balazos en tanto que otros 2 permanecen bajo atención médica, por hombres que se movilizaban en un automotor.
De la calle 20 con la carrera 65c del Barrio Antioquia ingresaron al Hospital General, donde fallecieron Mario Alonso Rodas Montoya, de 22 años, Luz Amanda Pérez Muñoz, Juan David Rodríguez y Haitmayí Londoño Cardona, de 20 años.
En los mismos hechos resultaron lesionados Gustavo Cadavid, de 18 años y Elizabeth Tejera Giraldo, de 20 años.
El mundo, 1992
Al igual que en el diario El Mundo en distintos periódicos salió la noticia anunciando la muerte de los cuatro muchachos. El Colombiano, por ejemplo, tuvo que rectificar su información por tergiberzar la información asegurando que los cuatro jóvenes que murieron esa noche, fueron asesinados por una disputa entre bandas del sector según un reporte de la Policía al diario. Los familiares de las víctimas decidieron reunirse y bajo la redacción de Gerson decidieron enviar una petición de rectificación que el diario publicó de esta manera:
“En una sentida carta, los habitantes del barrio Santa Fe rechazaron una noticia publicada en este diario –suministrada por la Policía Metropolitana- según la cual cuatro jóvenes habían muerto y dos más fueron heridos en un enfrentamiento entre bandas.
El hecho ocurrió el jueves 3 de diciembre, hacia las 10:30 de la noche, en la calle 20 con carrera 65GG, en el barrio Santa Fe, dijeron los ciudadanos, y no en la calle 20 con carrera 66 ni en el Barrio Antioquia, como dijo la policía.
Según la misma institución, el homicidio colectivo se debió a una balacera etre grupos de jóvenes. Sin embargo, algo distinto dicen los –con razón- indignados habitantes de esta comunidad: ‘las personas que fueron masacradas inmerisericordiosamente eran jóvenes bachilleres y universitarios , adolescentes con grandes ideales, que han perdido esa batalla de la esperanza por seguir viviendo en una ciudad donde se ha vuelto un delito ser joven y hasta poder estar en su propia residencia’”.
El cuerpo de Hait fue entregado el viernes a las 10 de la mañana para que sus familiares y amigos peregrinaran hasta la sala de velación en el cementerio Campos de Paz. El féretro estaba rodeado de orquídeas, gladiolos y anturios que rodeaban el suelo mientras un ramo de rosas blancas reposaba sobre el cobertizo del féretro. Las asusenas que adornaban la base del ataúd, recibían a los visitantes que se acercaban a ver el cuerpo de Hait que reposaba dormido con su traje negro y sus zapatos bien lustrados. Usaba camisa blanca y corbata que su tía Sucelt le había comprado para celebrar los grados de su hermana Lizette que, un día después de su muerte se graduaba como Psicóloga. Gersón y Jhonny también lucían sus trajes y zapatillas mocasines lujosas compradas para celebrar el bautizo del menor de los sobrinos ese fin de semana. Fue a las 4:00 de la tarde cuando las flores, el traje, la cara pálida cubierta de maquillaje se escondía bajo la tierra para sepultar esa última imagen del niño de la casa de Jhonny, de la casa de Gerson.
Vecinos que permanecían esa noche en sus casas y sintieron el estrepitoso ruido de las balas, asomaron su cabeza y lograron ver el taxi estacionado. Incluso, uno de los curiosos vecinos logró identificar a uno de los 2 asesinos que bajaron del auto. Se trataba de uno de los policías que prestaba servicio de vigilancia en un CAI cercano al barrio Santa Fe por la Carrera 65.
Tal vez sea esa la explicación que Estela Pérez buscaba esa noche al ver que a pesar de llamar a pedir auxilio a las autoridades cercanas, ninguna patrulla o moto de la institución apareció. Tal vez sea esto una explicación del porqué al día siguiente cuando por fin apareció la policía decidieron quitarle los cartuchos de bala que recogieron como prueba esa noche 3 de diciembre cuando fueron a matarlos.
“Es muy difícil determinar por un cartucho que una bala sea oficial o no”, dice el Suboficial retirado, Carlos Medellín, quien asegura que sería imposible determinar por el calibre de los cartuchos si el asesino pertenecía o no a la Policía porque “la misma fábrica que vende municiones a la institución, también vendía a particulares”.
La única fábrica de municiones que tiene permiso para producir y distribuir municiones es la empresa Indumil que opera desde 1908 como empresa del Estado y que sólo hasta épocas recientes fabrican balística que se pueda diferenciar entre una bala oficial y una particular. Además, puede determinarse cuándo una bala pertenece al Ejército y cuándo a la Policía Nacional.
Luego de darle sepultura al cuerpo de Hait, la casa de Jhonny fue el punto de encuentro para hacer las novenas por las almas de los muchachos y para decidir el futuro y las acciones legales. Aunque en un comienzo hubo un aire esperanzador que los motivó a investigar y hacer condenar a quienes habían cometido el homicidio de sus familiares, el miedo y las intimidaciones se hicieron más presentes y decidieron nunca iniciar las averiguaciones porque aseguraban, en su carta de rectificación al diario El Colombiano, que “las autoridades competentes no se hicieron presentes en el lugar de los hechos esa misma noche, sólo fue posible hasta el día siguiente, razón que no entendemos, tal vez por exceso de trabajo ante esta ola delincuencial o por cuál otra razón que no entendemos” .
Sólo aquel vecino curioso que dice haber reconocido a uno de los misteriosos hombres es la pista más cercana al rostro de los asesinos de aquel carro fantasma.
La rectificación agrega que “es tendencioso el informe de la Policía al citar como enfrentamiento entre jóvenes ‘una masacre realizada por manos oscuras a gente indefensa que compartía un agasajo de cumpleaños’.
Hasta ahora son muchos los casos que comprueban la participación de autoridades con grupos criminales con el fin de generar presión o inculpar a su grupo opositor a través del miedo colectivo y hacen uso de los distintos mecanismos de inteligencia que les proporciona el Estado.
Esa noche del 3 de diciembre ni Estela Pérez, ni Miriam Estrada ni Hait Londoño sabían lo que sucedería. Esa sólo fue una de las tantas masacres que se dieron en la ciudad en sectores como Sabaneta, Belén, Guayabal, La Milagrosa que al igual que ellos vivieron la misma situación en que un carro fantasma transitaba la zona, una, dos veces y nadie lo presentía sólo hasta que el reloj iniciaba el conteo con los cinco minutos que les restaba para morir.