EL SURGIMIENTO DEL COMITÉ CÍVICO DE DERECHOS HUMANOS DEL META

TESTIMONIO DE VIDA DE JOSUÉ GIRALDO CARDONA
LUIS GUILLERMO PÉREZ CASAS
Equipo Nizkor, 8 de agosto de 1997

El Comité surge del encuentro de la necesidad sentida y compartida de hacerle frente a las violaciones de los Derechos Humanos y a la intensa violencia que azotaba y azota al conjunto de los Llanos. Empezamos a recibir las visitas de organizaciones internacionales de Derechos Humanos, como Amnistía Internacional, Américas Watch, Wola; nos visitaron igualmente organizaciones de la iglesia, como Pax Christi y otras delegaciones ecuménicas. Fue surgiendo el planteamiento de organizar comités de Derechos Humanos. No teníamos la percepción clara de una estructura organizativa. En principio, la idea que atravesaba todo el tema era la de un acompañamiento institucional de las víctimas en las denuncias, en las demandas, en las búsquedas, en la presentación de testigos y en su protección, en la ayuda a los desplazados.

Hubo personas que empezaron a crear comités de apoyo a Derechos Humanos, como Luis Eduardo Yaya, Ricardo Rodríguez y Henry Cuencas. De manera muy especial recuerdo a María Mercedes Méndez, quien fue una infatigable luchadora por la paz y los derechos humanos. En ese entonces no había asumido la alcaldía del Castillo, Meta. Vivía en Villavicencio representando la Unión Patriótica, como funcionaria pública de la Gobernación primero, y luego con el municipio de Villavicencio.

María Mercedes era una mujer incansable. Había sido religiosa de la misma comunidad en la que estuvo mi hermana; como ella, al retirarse de monja siguieron afianzando su fe en Dios a través del servicio a la comunidad, aunque por caminos distintos. María Mercedes era una mujer de una profunda sensibilidad social: luchó mucho por los niños huérfanos de la violencia, peleó con el Estado hasta que consiguió la ayuda de Bienestar Familiar para organizar un jardín en el que se atendían cincuenta niños. Trabajó de corazón con las mujeres de los sindicatos agrarios y con la asociación de mujeres demócratas del Meta. Ella fue una de las pioneras del movimiento de los Derechos Humanos en el Meta y del Comité.

También contamos con un grupo de médicos que atendían heridos, enfermos, lisiados y desplazados de la violencia. Esa atención los fue sensibilizando, y en el camino de la solidaridad nos fuimos encontrando. Ellos también fueron fundadores del Comité.

De otro lado recibimos el apoyo muy importante de la Pastoral Social de la Iglesia, que llegó a afectarse por las muchísimas familias que reclamaban de los párrocos, de las comunidades religiosas y de los obispos, una ayuda para salvar sus vidas o para desplazarse. La Iglesia sentía una presión social muy fuerte en las veredas, pueblos y regiones donde la violencia se extendía implacablemente. Recuerdo al párroco de Vistahermosa, que se enfrentó con el ejército. Fue hasta los batallones militares donde se escondían los paramilitares y les enrostró las numerosas muertes. Finalmente le tocó emigrar, cuando su feligresía había sido prácticamente exterminada y él mismo resultó amenazado.

La Iglesia comenzó relacionándose con ONGs de Derechos Humanos de carácter nacional, y promovió talleres y proyectos pedagógicos en 1989 y 1990. Nos encontramos en estas jornadas educativas y empezamos a tejer lazos de amistad, a compartir experiencias. Decidimos conjuntamente convocar una jornada de solidaridad con los presos políticos. La cárcel de Villavicencio se había llenado de campesinos a los que acusaban de subversión, y muchos otros que sí se reclamaban guerrilleros, provenientes de Arauca, de Casanare, del Vichada, del Vaupés, de Boyacá y del Meta. Fue una jornada que impactó, los sindicatos hicieron sus aportes, y hasta el propio comercio de Villavicencio colaboró con medicinas, elementos de aseo personal y ropa. De Bogotá nos acompañaron el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, el Colectivo de Abogados ‘José Alvear Restrepo’, y algunos abogados de la Unión Patriótica.

Esta jornada nos abrió el camino para la fundación del Comité Cívico de Derechos Humanos en el año de 1991. Nos dio el impulso necesario un sacerdote alemán, el padre José Otter, quien vivió veinte años en el Llano, de los cuales diez con las comunidades indígenas en Puerto Gaitán; él constituyó el aporte fundamental para que comenzáramos el trabajo del Comité. Nos prestaron los locales de la Pastoral Social para nuestras reuniones y nos dieron los muebles necesarios para instalar una oficina. Desde un comienzo también ha estado con nosotros la hermana Nohemí Palencia constituyendo nuestro sostén espiritual, y materializando su inmensa fe en la defensa cotidiana de la verdad y de la justicia.

Nuestros primeros encuentros fueron bastante grandes, participaban 60 ó 70 personas representando diversas organizaciones. Tuvimos seis meses de intensas y enriquecedoras discusiones sobre el papel de una organización no gubernamental de derechos humanos en una zona de conflicto armado entre el Estado y la guerrilla, sobre el qué hacer por la vida y por la paz, sobre cómo ampliar nuestro radio de acción, etc.

Nos congregamos 35 organizaciones populares, sindicales, campesinas, luchadores por la vivienda, educadores, médicos, abogados, estudiantes, ecologistas, liberales, conservadores, gente de izquierda y religiosos. Era una gama de expresiones de la sociedad civil en el Departamento del Meta que nunca antes se habían congregado, lo que le daba la amplitud requerida para enfrentar un trabajo de retos mayúsculos. Empezamos un trabajo colectivo y silencioso en el que nos propusimos prestar el mayor servicio sin correr riesgos innecesarios. Comenzamos nuestro trabajo con la intención de recuperar los hechos de violencia política que se iniciaron desde 1986 con el genocidio político decretado contra la Unión Patriótica. Pero no nos ha sido posible: mantenemos un retraso de cinco años de violaciones sin documentar, impedidos por las violaciones a los derechos humanos de todos los días, que nos desbordan.

Hay que agregar que ninguno de nosotros era funcionario del Comité, ya que cada uno tenía otros trabajos que cumplir y no podíamos dedicarnos de tiempo completo. Nos encontrábamos después de nuestras jornadas laborales, desde la cinco o seis de la tarde hasta las nueve o diez de la noche, más los sábados y domingos. Luego pudimos conseguir presupuesto para mantener una persona como funcionario en la atención permanente de la oficina para recibir las llamadas y las denuncias.

Luego de tener afianzado nuestro trabajo decidimos la presentación pública del Comité ante las autoridades locales y departamentales. Comenzamos con las organizaciones de control del Ministerio Público, las procuradurías, luego la Alcaldía, y por último la Gobernación. La primera sorpresa fue que al día siguiente de haber ido a la Procuraduría nos visitaron unos detectives del Das y estuvieron siguiéndonos durante una semana a cada miembro del Comité hasta sus respectivas casas; se empezaron a recibir las primeras llamadas amenazantes. Ese hecho empezó a alejar las primeras personas del Comité, que pensaban que el compromiso altruista en defensa de la vida no podía ir hasta arriesgar la propia vida. El temor las alejó, pero siguieron colaborándonos en cosas puntuales, ya por lazos de amistad.

La desaparición de Delio Vargas.

En 1993 convocamos a los diferentes sectores políticos y sociales, a la Iglesia, a los militares, a diferentes autoridades locales y regionales, a los gremios del Departamento, para realizar un foro que llamamos ‘Alternativas de Paz para el Departamento del Meta’. En la preparación del foro desaparecieron a Delio Vargas, que era uno de los fundadores del Comité, y al tiempo era Presidente de Ascodas, Asociación de desplazados, capítulo Meta. Quince días antes del foro, Delio iba para su casa en compañía de su esposa y sus dos hijos cuando, llegando a la casa, se les atravesó un carro con unos sicarios. Él corrió, pero tropezó y rodó por el piso, lo alcanzaron, y por la fuerza lo subieron al vehículo. Entretanto él gritaba su nombre y que era un defensor de Derechos Humanos; su esposa también gritaba pidiendo auxilio; algunos vecinos alcanzaron a anotar el número de la placa del carro, y un grupo de muchachos que estaban jugando fútbol en la calle estuvieron muy atentos a los hechos y se fijaron bien en la fisonomía de los victimarios.

El día de la desaparición de Delio dio la casualidad que estaba en Villavicencio una comisión de la Oficina de Investigaciones Especiales de la Procuraduría. La hermana Nohemí vivía a una cuadra de los hechos, en el barrio ‘El Retiro’; le avisaron y se puso en contacto con esta comisión, tras lo cual comenzó la búsqueda durante toda la noche. Dieron con el paradero del carro y en la madrugada detuvieron al conductor, lo arrestaron. Él había participado en la desaparición de Delio y confesó ser un informante del Ejército. No se dio con el paradero de Delio, porque lo habían entregado a otro grupo. A los ocho días tuvimos conocimiento del sitio donde podía estar retenido Delio en compañía de otros desaparecidos. La información se le entregó personalmente al Consejero Presidencial para la Defensa de los Derechos Humanos para que se tomasen las medidas que correspondían con el ministro de la Defensa, pero la ésta cayó en manos de los militares, lo cual hacía que cualquier diligencia resultara inútil. Al día de hoy seguimos sin conocer el paradero de Delio. Recientemente nos han informado que fue sepultado en una fosa común.

Realizamos el foro recordando la memoria de Delio, exigiendo que nos fuese entregado, clamamos para que cesaran las violaciones a los derechos humanos, para que se le pusiese fin a la guerra sucia y a la guerra en general. (2)