CRISTINA DEL PILAR GUARÍN CORTES

¿Dónde están?
René Guarin Cortes

Nació el 9 de septiembre de 1958 en el hogar formado por Elsa Cortés Osorio y José Guarín Ortiz. Fue la séptima de ocho hermanos.

Cristina nace en medio de las dificultades propias de un embarazo interrumpido en el séptimo mes. Pasa directo a incubadora y, luego de dos meses, es entregada a su familia para empezar a crecer y formarse en el hogar de los Guarín. Su niñez transcurre de manera normal y con algunos aprietos económicos. El paso por las aulas de los colegios Instituto Pedagógico Nacional y Externado Nacional Camilo Torres, en donde estudiaron juntos Cristina y René, su hermano menor, es la mejor referencia que él tiene sobre ella, siempre con una diferencia académica de dos años. De hecho, Cristina termina bachillerato en 1979 y René, en 1981. Crecieron juntos en dichos colegios en un despertar a la vida lleno de dudas por la incertidumbre de entrar a la universidad y con ganas de construir un proyecto de existencia basado en la cultura y la investigación académica. Siempre ávidos de conocimiento y de ver desde la óptica de la academia la realidad social y personal, Cristina y René entran a estudiar a universidades públicas.

Las relaciones de Cristina con su papá no fueron las mejores. Siempre estuvieron marcadas por dos aspectos: el conflicto en torno al desempeño académico de ella, el cual no era bueno en algunos tópicos como las ciencias exactas pero sí destacado en las ciencias humanas, y por la relación de celos de un padre para con su hija, el cual invariablemente encontró defectos maximizados en sus pretendientes. De esta relación conflictiva, René recuerda mucho un diario que Cristina escribió, en donde consignaba su odio por el comportamiento de su papá para con ella y las pastillas de tranquilizantes que él le compraba en la droguería para calmar los nervios, siendo una mujer de dieciocho o quizás diecinueve años. Al término del bachillerato, Cristina ingresó a estudiar Ciencias Sociales a la Universidad Pedagógica Nacional en Bogotá y René a estudiar Ingeniería de Sistemas en la Universidad Nacional de Colombia. Ambos terminaron sus carreras con diferencias de tiempo: Cristina se graduó como Licenciada en Ciencias Sociales en 1985 y René terminó la Ingeniería en 1993.

Tan pronto Cristina finalizó la carrera y ante la falta de oportunidad laboral como empleada, se desempeñó como profesora de dos señoras: una de apellido Pungillupi y otra de apellido Ramírez, dictándoles clases de historia de Colombia. Cristina comentaba que ellas la admiraban por su carácter crítico frente a los problemas del país. Este trabajo fue relativamente corto, duró menos de dos meses. Después de este tiempo, Cristina queda cesante y acude al ICETEX para hacer un postgrado en España, relacionado con procesos de paz; para ello consulta y lee textos del maestro investigador social de la Universidad Nacional Medófilo Medina (siempre llevó consigo uno titulado “La Protesta Urbana”) y algunos escritos del sacerdote nicaragüense, practicante de la teología de la liberación, Ernesto Cardenal. En diciembre de 1985, del ICETEX llaman a su casa para informar la aprobación de la beca para el postgrado que había solicitado; desafortunadamente, para esta fecha, ella ya había desaparecido.

Cristina, más esperanzada en ir a estudiar que en trabajar, se vincula al Palacio de Justicia en calidad de cajera temporal de la cafetería de esta manera: Elsa Cortés, madre de Cristina, sostiene una relación de amistad desde hace más de cincuenta años con la señora María Helena de Rodríguez, quien es madre de Carlos Augusto Rodríguez Vera (también desaparecido en el Palacio de Justicia), unos meses antes de noviembre de 1985. Mediante un diálogo entre María Helena y Elsa, esta última le hace conocer que Cristina está recién graduada de licenciada en Ciencias Sociales y no consigue empleo; Maria Helena comenta que su hijo Carlos administra la cafetería del Palacio de Justicia y que la cajera de allí es su esposa Cecilia Cabrera, quien está próxima a dar a luz a su hija Alejandra, quien nació en octubre de 1985. Por esta razón tomará los días de dieta y propone llamar a Cristina para que temporalmente substituya a Cecilia. Así sucede y Cristina aparece en la cafetería del Palacio de Justicia, en un empleo transitorio, con su conocido de niñez Carlos Rodríguez Vera.

El 6 de noviembre de 1985, Cristina sale a laborar al palacio normalmente como lo venía haciendo 36 días atrás. Su vestimenta es una falda escocesa color rojo y una chaqueta roja, debajo una blusa fucsia. En este corto periodo laboral, Cristina cuenta que conoce magistrados que podrían ayudarle a conseguir un mejor empleo, e incluso comenta que un miembro de seguridad de palacio la corteja y llega a tal nivel de confianza que, algunas veces, le deja a guardar su arma de dotación dentro del escritorio de la cafetería del palacio.

Al momento de ocurrir los hechos su hermano René se encontraba estudiando en la Universidad Nacional, pero tan pronto supo de ellos, por las emisoras, se trasladó al centro de Bogotá a mirar como un espectador los tiros que salían y entraban al palacio. Quizás se paró unas dos horas a observar hasta donde más o menos dejaba llegar la policía, que era la calle trece con carrera octava y comentaba con varios transeúntes que allí trabajaba una hermana suya. Acercarse al sitio era imposible por los cordones de seguridad alrededor que lo impedían. Se devolvió a casa a escuchar en el radio junto con su familia la narración de los hechos y recuerda haber escuchado la voz del presidente de la Corte, doctor Alfonso Reyes Echandía, pidiendo a través de la cadena de radio Todelar, con el periodista Germán Salgado: “…por favor que cese el fuego…” y, al fondo, el sonido de los tiros y alguien con voz de acento costeño que decía: “… dígale que usted se va a morir, páseme al teléfono magistrado, oiga es increíble habla Alfonso Jacquin, el segundo al mando de este operativo, el Presidente de la República no le ha pasado al Presidente de la Corte y se va a morir porque el Presidente de la República ni siquiera con el poder jurisdiccional, es increíble el M-19 no es el que se ha tomado el Palacio de Justicia, se lo tomaron los tanques del Ejército …cuando entren a este piso nos morimos todos, sépalo”7.

Sobre el diálogo Betancur-Reyes, a continuación se resume la intervención por parte del presidente del Senado, Álvaro Villegas Moreno: “…A los pocos minutos, Villegas volvió a hablar con Reyes. En este momento ya se oían los disparos y se sentía todo el drama que vivían los rehenes… El Presidente del Congreso volvió a llamar a Belisario Betancur y le trasmitió de nuevo el mensaje urgente. El presidente Betancur respondió que el teléfono anotado aparecía desconectado porque allí no contestaban, a lo que Villegas dijo que eso no era posible porque él mismo acababa de hablar por ese número con Reyes Echandía. Fue en esos momentos cuando el presidente Betancur le hizo una confesión a Villegas Moreno ‘quiero decirle sólo a usted que no voy a negociar; que he consultado esta decisión con los ex presidentes y los candidatos presidenciales y que mi decisión final es no intervenir…’8.

Así pasaron veintiocho horas en las cuales los Guarín esperaban encontrar a Cristina entre los muertos identificables, entre los calcinados, ya que en horas de la noche se generó un incendio de grandes proporciones, entre los vivos rescatados. Y nada de eso ocurrió. Escucharon también el disparo del rocket que impactó el cuarto piso del palacio y se turnaban para tratar de llegar al sitio del holocausto a indagar por ella.

Estuvieron en el anfiteatro de Medicina Legal, en donde vieron hombres y mujeres, algunos de cuerpo entero, otros medio quemados, con señales en papeles sobre el cuerpo así: NN 18, NN 04. Recuerdan que al entrar allí Sebastián Guarín se quedó aterrado al ver entre los cadáveres un NN algo que él identificó y dijo: “Este es Fabio, el que estudió conmigo en la Universidad Distrital, sí es Fabio Becerra, él es licenciado en Ciencias Sociales”. En efecto, después en el Diario Oficial aparecía ese nombre en la lista de guerrilleros muertos.

Al final de la tarde del 7 de noviembre del 85, el padre de Cristina logró entrar a la cafetería del palacio en donde encontró intactos los jugos servidos el día anterior y cosas revueltas. Curiosamente, nada se quemó, no había señales de balas y sólo se percibía un pequeño desorden. Era el único sitio del palacio que había quedado casi intacto, sin señales de guerra. Recuerdan haber visto en televisión el entierro de los magistrados y ver algunas bolsas de carbón que tenían letreros en los que leían cosas así como: Doctor Reyes Echandia, Doctor Gaona Cruz y otros, y recuerdan que en esos entierros los familiares gritaban: muerte al general Vega Uribe, muerte a Belisario Betancur.

Hoy se preguntan los familiares de los desaparecidos: ¿ellos sí enterraron a sus papás? ¿A sus esposos? ¿A sus abuelos?, ¿esas bolsas correspondían con la de su familiar magistrado asesinado?, ¿se puede concluir que si cerca de una bolsa de un cadáver calcinado aparece, por ejemplo, un reloj, este cadáver es de quien portaba el reloj? Se retoma aquí un párrafo de Yesid Reyes Alvarado, hijo del presidente de la Corte Suprema de Justicia, en carta dirigida al presidente Belisario Betancur el 12 de noviembre de 1985: “…Ha perdido usted, señor Presidente, toda autoridad para exigir o solicitar siquiera de los jueces del país que cumplan con su sagrada misión, pues les ha enseñado cuál es el respaldo que su Gobierno ofrece a la inmaculada labor de la Cenicienta del Poder Público…”9.

Los Guarín recuerdan que, inmediatamente después de recuperado el palacio, el alcalde mayor de Bogotá de entonces, Hisnardo Ardila, ordena al cuerpo de bomberos de Bogotá lavar la edificación, lo cual se convierte en una alteración de la escena del crimen, ya que no se respeta la parte de pruebas de balística, la identificación de cadáveres calcinados y no calcinados y la disposición final de los objetos que había en la edificación.

Especial atención merecieron para la familia Guarín las palabras del entonces periodista Arturo Abella, a quien recuerdan perfectamente decir por la televisión que “según fuentes de alta fidelidad, en la cafetería del palacio se habían guardado los pertrechos para una toma de larga duración por parte de la guerrilla, específicamente de pollos”10.

La Ministra de Comunicaciones de entonces, Noemí Sanin, era quien debería haber controlado este tipo de afirmaciones carentes de verdad, pues esta versión la desmienten los documentos que reposan en la casa del padre del administrador de la cafetería del palacio: las remisiones 7698 de octubre 28 de 1985 y 8183 del 5 de noviembre de 1985 completan un total de 65 pollos comprados a Proavin (carrera 32 número 7-56 teléfono: 2377127 de Bogotá) por valor total de 26.250 pesos.
Lo que siguió en los días posteriores al desenlace y ante el hecho de no encontrar a Cristina, ni entre muertos ni entre vivos rescatados, fue el contacto con el abogado del Colectivo José Alvear Restrepo, doctor José Eduardo Umaña Mendoza, quien empezó las gestiones jurídicas ante el Estado para que respondieran por los familiares. Fue así como nacieron y se fueron tejiendo de manera casual nuevas relaciones de compañerismo con gente unida a través de una misma tragedia: conocieron a los familiares de los otros desaparecidos y empezaron a gestionar, a través del doctor Umaña, una reclamación al Estado. Eran once familias en búsqueda de algo sencillo y al mismo tiempo complejo: la verdad.

Una vez terminado el holocausto, la lucha por esclarecer las cosas estaba por empezar. Nadie, aparte de los familiares, el abogado Umaña y algunos poquitos se preocupaba y hoy, 20 años después, se preocupan por el caso. Este es un caso que quizás lo comenzaron a enterrar con los goles del partido que el gobierno de Belisario Betancur autorizó trasmitir el segundo día de la tragedia, algo que recuerda a los Guarín al emperador Nerón que, cuenta la historia, tocaba la lira mientras la ciudad ardía.

Las acciones del Estado

Entre tanto, el presidente Belisario Betancur, seis días después de los hechos, crea mediante Decreto 5300/85 el Tribunal Especial para investigar los hechos del holocausto del Palacio de Justicia11, presidido por los magistrados Carlos Upegui Zapata y Jaime Serrano Rueda. “…El decreto no correspondió a la idea inicial planteada por los magistrados de la Corte Suprema de Justicia una vez conocido el desenlace de los hechos en referencia. Los magistrados recomendaron al Ministro de Justicia la formación de un tribunal especial con el objetivo de juzgar la responsabilidad del Gobierno Nacional respecto de estos hechos. El consejo fue tomado en cuenta por la Rama Ejecutiva del poder público, pero esta cambió fundamentalmente el enfoque y, en lugar de hacer un análisis informativo objetivo sobre la responsabilidad del gobierno, decretó que el Tribunal Especial debía investigar los delitos cometidos por los subversivos…”12.

A través de este tribunal, el juzgado 14 Superior de Bogotá comisionado llama a indagatoria a José Guarín Ortiz para que le explique algunos datos que encontraron en la agenda de su hija Cristina, por ejemplo, fechas señaladas en cada mes con color rojo, que el señor Guarín tuvo que explicar eran el control del periodo menstrual que llevaba su hija; nombres que ellos consideraban alias y que eran los nombres de sus primos, tíos, y amigos con fechas de cumpleaños. Le preguntaba que si él sabía algo de esos “alias”. Esa fue la primera relación de contacto directa con el estamento judicial por parte de la familia Guarín una vez es desaparecida Cristina. Es en este ámbito como se van formando los conceptos de verdad, de justicia y de reparación en una persona de veintidós años en ese entonces: su hermano René. Estos conceptos fueron afianzados a partir de intercambiar, en audiencias e indagatorias, información con los jueces de Colombia, para que su familia le pidiera y exigiera verdad sobre la desaparición de Cristina. De esta manera, la familia Guarín conoce el poder judicial de Colombia y es así como van construyendo sus propios conceptos y opiniones de democracia, paz, justicia social y libertad.

La dura experiencia a la que puede ser sometido un ser humano como es la desaparición forzada por parte del Estado colombiano, de un familiar o amigo, constituye un duelo no elaborado o difícil de elaborar. En el caso especial del Palacio de Justicia y la desaparición de Cristina, este duelo afectó especialmente a su familia y a por lo menos diez familias más que el destino, la ira, los ideales, las ansias de poder y las decisiones acertadas y equivocadas de unos hombres y mujeres, unieron de manera caprichosa en su devenir incierto. A este grupo se unió el abogado defensor de derechos humanos Umaña Mendoza. Él acompañó durante casi trece años en ese camino, más lleno de espinas que de rosas, a todos los familiares de los once desaparecidos y fue asesinado en su oficina-apartamento del barrio Nicolás de Federmán el sábado 18 de abril de 1998 antes del mediodía; es decir, 13 años después, por varias personas que se hicieron pasar por periodistas, hecho que se encuentra hoy en la total impunidad. A pesar de este golpe y después de varios años, aún conservan estos familiares “la obsesión de encontrar por lo menos un cadáver”13. Este es un hecho preocupante en un país como Colombia, que exhibe como un triunfo el haber elegido gobiernos democráticamente desde hace más de medio siglo, pero es la Colombia que se tiene configurada para las nuevas generaciones. Durante los dos años siguientes al asesinato del doctor Umaña el tema es asumido por el doctor Daniel Prado y luego pasa a manos del Colectivo José Alvear Restrepo, donde se encuentra actualmente. El colectivo ha emprendido una demanda ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes al ex presidente Belisario Betancur el 6 de noviembre de 2004 y ante la Fiscalía General de la Nación para que sean llamados quienes participaron en el operativo a diligencias de indagatoria. La respuesta de la Fiscalía es que debe ser presentada una lista de qué actividades desarrollaron los participantes en el operativo para evaluar si existe mérito para ser citados.