BERTHA INÉS AGUDELO, SU ILUSIÓN ERA PENSIONARSE Y CUIDAR DE SU NIETA…

TIRÁNDOLE LIBROS A LAS BALAS
Memoria de la violencia antisindical contra los educadores de Adida, 1978-2008
Investigación realizada por la Escuela Nacional Sindical (ENS) y la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA)
Medellín, 2011

Bertha Inés Agudelo, docente en Nariño Antioquia, era una mujer ante todo muy amable, muy alegre, joven, dispuesta, dedicada a los estudiantes. Les llevaba el registro constante de si llegaban tarde o no llevaban tareas, si se sabían o no las tablas, de qué tan bien o mal sumaban; era de las que se lleva los cuadernos para la casa a calificar tildes, todo detalle. Vivía muy preocupada por sus estudiantes, y llamaba a las mamás a todas horas: qué pasó con el muchachito que llegó tarde, qué pasó con éste que va a perder, qué pasó con éste que perdió la evaluación. Siempre quería estar en contacto con los padres de familia, y era muy estricta con sus alumnos, pero a la vez amorosa; siempre los acompañaba en los paseos, incluso ocho días antes de lo sucedido fuimos a un paseo y todos los niños muy contentos con ella. Bertha en esa época tenía el curso de tercero y fuimos con los muchachos a un paseo a piscina. Esa era Bertha, una mujer muy generosa, elegante y conservada. Tenía 50 años, pero era bastante moderna, con un cuerpo muy bonito.

Bertha era compañera del sindicato, hasta que la asesinaron. Se encargaba de la secretaría de asuntos de la mujer en la subdirectiva. Nos acompañó mucho en actividades en beneficio de la mujer, era una líder, llamaba la atención por ese liderazgo, por hablar fuerte, por ser activa, por ser dinámica. Una mujer muy visible, reconocida en el pueblo. Era de las poquitas mujeres que hacía valer sus derechos, que no dejaba que la pisotearan. Se identificaba como una persona muy responsable, entregada, digna, vigilante, y no solamente en el tiempo laboral. Trabajaba al máximo con tal de sacar adelante sus muchachos.

Ella era del municipio de Abejorral, vino y acá se quedó, trabajó en la Inmaculada Concepción muchos años, toda la vida. Se casó y tuvo tres hijos. La mayorcita estaba esperando bebé, era su ilusión retirarse para cuidar a Sofía, su nieta. Su proyecto final era ese, ya había pasado papeles para pensionarse, era su más grande deseo.

El 19 de agosto, un sábado, ella estaba sola en la casa. Ese día quería estar con alguien, tanto así que me dijo que la acompañara al parque. Yo no salí porque estaba haciendo mucho frío. La llamé y le dije que no, que no iba a salir. Incluso los últimos minutos de mi celular fueron para ella, y las últimas palabras fueron con ella. Me dijo: Yo llevo mucho rato aquí esperándola, no sea cansona. Yo le dije: ahorita hablamos que está haciendo mucho frío y no puedo salir. Al otro día la llamé como a las 10 de la mañana para llevarle almuerzo, y no me contestó el teléfono. No tenía minutos para llamarla por celular. Como a las 12 del día llegó una profesora, otra compañera, y me preguntó si yo sabía algo de Bertha, y le dije que no, que yo la había llamado como y no la había encontrado. Pregunté qué pasaba, y me dijo: Llegó el muchacho que le trae el queso y no abre, no se escucha nada ahí, y ella siempre a esta hora tiene abierto el balcón, como tan raro. Le marcamos al celular y nada. Ahí sí me preocupé. Pasó una hora más, yo almorcé y todo, mientras la profesora se fue a la casa de Bertha a ver qué pasaba. Al rato la llame y me contestó una de las hijas, que me dijo: mi mamá está allá preguntando por doña Bertha. Tan raro eso de la sangre que había en el patio. Yo me alarmé muchísimo, ya la palabra sangre me impactó mucho. En ese momento llegaron dos profesoras más, estábamos reunidas muy preocupadas. La sangre caía del balcón de doña Bertha. Llegue a pensar en que tal vez se había suicidado, que había hecho una locura en un momento de soledad, de tristeza, en fin, uno piensa muchas cosas. La sangre salía incluso a la calle. No sabíamos qué hacer, eran como las tres de la tarde, había unos policías por ahí y les dijimos que los necesitábamos para que miraran dentro de la casa. Entraron por unas escaleras y se subieron por el balcón, abrieron las ventanas y la encontraron en la cocina totalmente desangrada. A mí me quedó el vacío de no haberme encontrado con ella por la noche fría, uno no sabe cuándo ya no va a tener los amigos. Le dieron muchas puñaladas, le enterraron el cuchillo muchísimas veces, en los senos, en la espalda.

Como homenaje realizamos una eucaristía y una marcha, dirigida por Adida. Pedimos el permiso en la alcaldía y las autoridades competentes nos acompañaron, los educadores rurales también. Fue una muerte muy sentida acá en el pueblo, tanto así que nos dieron los tres días de duelo, que fueron como tres o cuatro meses porque nosotros no éramos capaces de continuar. Uno recuerda cada una de las cosas tal cual como pasaron, yo miro la placa allá en la escuela y eso es como si hubiera sido ayer, ese dolor tan palpable. Esta historia la he contado muchas veces y siempre es el mismo dolor, duele que ella ya no esté, tenía tanto futuro, estaba tan joven, tenía tantas ganas de vivir, de hacer cosas, ella no era mala persona ¿Por qué? ¿Qué derecho tiene otra persona para hacerle eso a uno?