ANTONIO CAMACHO RUGELES: TREINTA AÑOS DE DESAPARECIDO

Antonio Camacho Rugeles lo desaparecieron en Julio de 1985 en Bogotá. Ni su voz ni su cuerpo han aparecido en casi treinta años de busqueda. Hoy hace parte de los millones de desaparecidos que diariamente reclaman los familiares en uno y otro lugar.

Escrito por porlascallesdepapelonga
25-08-2014 en Cronica
Autor: Camilo Perez Salamanca
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Nos duele Antonio Camacho, por la amistad, por el paisanaje, por su calidad humana, por Colombia, por el arte y por el olvido que es un vagabundo sin rostro que no tiene piedad y lo tapa todo con los ocres y oscuros tintes de la desmemoria.

Camacho Rugeles era hijo de Daniel Camacho Ponce, ese tigre de la lente, ese notario de la imagen que logró detener el pasado de nuestra ciudad para recordarnos hoy la Ibagué de hace casi una centuria.

Ibagué le debe a Daniel Camacho Ponce su rostro de niña quinceañera o de abuela memorable, que la tengamos en imágenes fotográficas en blanco y negro hasta la eternidad (el ferrocarril Tolima, el primer aeroplano que aterrizó en Ibagué en el Barrio Belén, el monumental viejo Colegio de San Simón, la vieja Gobernación de Manuel Casabianca, el viejo y barroco Parque Murillo Toro cuando todavía era parque); todo este legado que no nos robó ese vagabundo sin rostro que es el olvido, lo tenemos como impronta y estampilla en algunos edificios y oficinas donde tienen asiento los detectadores del poder y la gloria que no conocen dos líneas de la historia de la ciudad.

Gracias a Daniel Camacho Ponce, ese héroe no del renacimiento sino de la fotografía de un Ibagué que sepultaron los buldóceres, el cemento, la piedra y la gravilla.

Pero esta nota no es por “el tigre” Daniel Camacho Ponce sino por Antonio Camacho Rugeles, un trabajador de la cultura y el arte; un cantor de la vida. Lo que se sabe es que trabajaba con la Universidad Pedagogica Nacional y salió con un camarada o “parce” a tomar un café y a recoger el correo. Al pasar frente al edificio de Avianca en la Séptima con 14 le dijo a su contertulio de verbo que tenía que entrar a ver si había correspondencia en el buzón del apartado aéreo.

Lo abordaron dos hombres y hasta el sol de hoy.

Lo vimos siempre en la Carrera 3ª de Ibagué con su pelo largo y desordenado al estilo nadaísta y una barba que se parecía a la que llevaban los que desembarcaron del Granma en la Habana en el año 1959 luego de haber bajado de la Sierra Maestra.

Lo recuerdo en el café Grano de Oro con Bor Torre (Roberto Ruíz), Hugo Ruíz (Karel X) Alfonso Lopez (Mario Lafont), el viejo Willy (William Umaña), Domingo Semanas (Carlos Orlando Pardo), Aquileo Fronteras (Alvaro Hernández)Hugo Caicedo, Alfonso Pavia, e Ismael Arjona. Frente a la Fotografía Luz de Daniel Camacho con Armando Matinez Berro(el diablo) , Canuto, Jorge Tabares (soda).

Cuando ingresó como estudiante a la Universidad del Tolima en aquella casa de los Estudios Superiores del Tolima se desarrollaba un gran movimiento teatral dada la fundación del Teatro La Carreta que contó con directores tan destacados del teatro, la televisión y el cine colombiano como Jaime Santos “el doctor Clímaco Urrutia Urrutia” o “el candidato de la pomada”, Jorge Alí Triana, Carlos Duplat San Juan y Héctor Sánchez Vásquez; la Carreta salió de la UT para tener su propia sede en la casa cultural del barrio Los Mártires. De allí salieron grupos a los Festivales Internacionales de Teatro de Manizales y sus directores Triana, Jaime Santo y Carlos Duplat viajaron a Polonia y Yugoslavia a especializarse en el arte dramático. Un poco huérfanos con “Bor Torre” montaron obras como El Presidente amaneció de Buen Humor y Rajatablas del escritor venezolano Luis Brito García.

Solo pudo respirar cuarenta años, le apagaron la voz, le rasgaron los sueños, los tropeleros del odio y de la intolerancia lo atracaron para robarle la vida.

Había nacido en Ibagué en 1945 y ya por los años sesentas era uno de esos muchachos un poco ungido por la poeta Maria Cardenas Roa (Luz Stella) y le querían correr el velo al provincianismo y pacateria ibaguereña. Desde entonces siempre estuvo en las orilla de los inconformes.

Montó en la Universidad del Tolima obras de teatro como La Cantante Calva de Eugenie Ionesco, La última Cinta de Samuel Beckett, Montecalvo de Jairo Aníbal Niño y el Estatuto Indecente de Roberto Ruíz Rojas y poemas dramáticos de Bertolt Brecht.

Bebió, pintó, actuó, bailó con Richi Rey y los hermanos Palmiere y el barbaro del ritmo Benny More. Simpatizó con la IV Internacional Socialista línea troskista y en la UT lo hizo con el grupo “spartaco”.

Tal vez por es por es que le rasgaron los sueños hace ya treinta años. Él seguramente prefirió morir a tener sueños hipotecados, porqué él era un soñado de utopías y paraísos siderales en la tierra.

Por eso, estudió pintura y no otras carreras; prefirió los bastidores, los pinceles a capar toros, coser heridas, el caballete, el debate intelectual argumentado. Él escribió cuartillas por que lo horrorizaba el tiro de los fusiles, las bombas , la tortura, el hambre y el dolor. Creía en la vida, en la alegría y en la paz interior.

Con Antonio Camacho podíamos cantar la canción Antonia compuesta por unos estudiantes de una universidad de Puerto Rico en homenaje a la independista Lolita Lebrón en donde defendían el derecho de la autonomía de la isla y que dice:

“Antonia, tu nombre es una historia

De un pueblo que te busca

Y está dentro de ti.

Antonia, tu nombre es como el alba

Los pájaros desatan la luz del porvenir.

Tu nombre la juventud lo canta

Es bandera implacable, es bala de fusil.

Antonia, aquí estamos presentes

Para mostrarle al mundo la luz que nace en ti.

Aquellos que un día derramaron tus pétalos de sangre

No sabían que aquí echábamos semillas en el aire,

Que la brisa del pueblo habría de seguir.

Antonia, los pueblos no perdonan

Un día esa ley se ha de cumplir.