ANÍBAL DE JESÚS RÍOS, MURIÓ TIRÁNDOLE LIBROS A LAS BALAS…

Testimonio de Estela del Socorro Quintana Taborda, viuda del profesor asesinado Aníbal de Jesús Ríos Parra.

TIRÁNDOLE LIBROS A LAS BALAS
Memoria de la violencia antisindical contra los educadores de Adida, 1978-2008
Investigación realizada por la Escuela Nacional Sindical (ENS) y la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA)
Medellín, 2011

Antes de que lo asesinaran, Aníbal de Jesús Ríos Parra había trabajado en varias escuelas de San Rafael. Lo asesinaron el 14 de noviembre de 1989, cuando tenía 42 años de edad. Los hombres que lo mataron llegaron a su oficina en la escuela y ahí lo atacaron. Los niños salieron esparcidos por todos los potreros. Él para defenderse les tiraba libros a las balas. Dizque murió sonriéndose tirado en el suelo.

Aníbal fue un buen esposo, cumplidor del deber, muy buen padre, responsable con la obligación, buen vecino, buen profesor. Les dio buen ejemplo a los hijos, les infundía mucho que no se dejaran llevar de los vicios, de las malas compañías, que fueran buenos hijos, buenos estudiantes, que respetaran siempre lo ajeno, que siguieran para adelante, que estudiaran, que nunca se quedaran atrás. Tuvimos cuatro hijos: Juan Carlos, Fabián Alberto, Paola Andrea y Adriana.

A él le gustaba mucho trabajar por el medio ambiente, las huertas comunitarias. Les enseñaba a los niños a trabajar las huertas, y a que fueran aseados. Cuando los niños llegaban a la escuela sucios, él mismo los lavaba, los secaba. Le gustaba todo en orden, todo limpio. Dictaba todas las materias. Como eran poquitos niños le quedaba fácil enseñarle unas materias primero a unos y después a otros. En el mismo salón los agrupaba en bloques de primero a quinto. Decía que era mejor trabajar en el campo porque no tenía que mantenerse bien vestido como en el pueblo, y que ganaba un poquito más de plata, que podía ahorrar para ir arreglando la casa.

Él perteneció a un grupo de cristiandad de la parroquia. Colaboraba mucho en la parroquia, en los altares, en los arreglos. Sé también que era muy vinculado a Adida, asistía con mucho interés a las reuniones. Se me escapan muchas cosas porque no tengo buena memoria.

Después de que mi esposo fue asesinado, yo me sentía muy atacada, como perseguida. Por todas partes lo veíamos, nos daba mucho miedo dormir. Nos apiñábamos todos en una cama, con las veladoras prendidas. Al verme así tan aburrida, cansada de la violencia política, hablaron con el alcalde y dijeron que si me trasladaban para Medellín, que no aguantaba más estar aquí, no solo porque estaba aburrida sino también porque la gente estaba sobre mí. Yo le dije a los niños, con la ayuda de Adida nos vamos para Medellín, donde nos tenían una casita en el barrio El Limonar.

Nos acomodamos en esa casita, que era pequeña y fría. Ese cambio de ambiente me recuperó del temor y volví a otra vez a llevar una vida normal, seguí para adelante. Empecé a trabajar en vigilancia. El mayorcito de mis hijos trabajaba en la huerta comunitaria del Limonar. No tuve modo para que los muchachos terminaran el bachillerato, sino que lo validaron, que era más barato. Ninguno pudo seguir carrera ni nada porque no había modo. Yo me metí a trabajar a la huerta comunitaria también. En la Corporación Penca de Sábila me colaboraron mucho, me ayudaron a salir adelante. A los hijos también me los aconsejaron y apoyaron mucho.

En Medellín estuvimos 14 años, y hace 3 años volvimos a San Rafael, y la casa estaba toda caída. El municipio nos colaboró para arreglarle el techo. El hijo, que es vigilante, revocó la casa, hizo un préstamo para embaldosarla porque el piso estaba muy malo. Él es el que vela por mí y por un niño que tengo, de 7 años.

Durante todos estos años ha hecho mucha falta la presencia de mi esposo. Si estuviera los muchachos no se hubieran extraviado. Él siempre pensaba en darles el estudio, en formarlos, en darles universidad, tenía muy buenos proyectos. Aníbal en la vereda tenía un lotecito y decía que pensaba comprar más para vender y hacer casitas para alquilar. También tenía proyectos de estudiar en la universidad, en especializarse y ver si algún día le pagaban un sueldo mejor. Pero no lo dejaron. Lo asesinaron en noviembre, y al año siguiente empezaba en la universidad.

Yo también pensaba seguir estudiando acá en San Rafael, pero como nos tocó desplazarnos para Medellín no pude. Igual pasó con los muchachos. Donde hubieran terminado el bachillerato aquí, aquí mismo hubieran estudiado la universidad, la carrera que a ellos les gustara. No fue posible porque nos fuimos para Medellín, a cambiar de ambiente.