El negocio del asesinato a sueldo
En los años 90 comenzaron a proliferar los homicidios ‘por encargo’ en Panamá. Los autores eran colombianos.
Desde el año 2000, en los sicariatos están participando panameños. Ahora por 200 dólares un adolescente mata.
prensa.com
José Otero y José Somarriba Hernández
panorama@prensa.com
Panamá, miércoles 27 de julio de 2005 http://mensual.prensa.com/mensual/contenido/2005/07/27/hoy/panorama/290521.html
En la mañana del 21 de abril de 1995, el empresario colombiano Sofronio Hernández disfrutaba de una demostración de caballos de paso en el antiguo fuerte de Clayton, área revertida. Entre la multitud congregada en el lugar nunca se notó la presencia de un hombre de baja estatura con una cicatriz en la mejilla izquierda que ocultaba un bulto bajo su chaqueta. El hombrecillo seguía con la mirada todos los movimientos del empresario colombiano. De repente sonaron ráfagas de arma automática. Sofronio Hernández cayó al suelo sobre un charco de sangre que tiñó su almidonada camisilla blanca.
El pánico invadió a la multitud. En medio de la desesperación y la angustia colectiva, el homicida caminaba lentamente hacia un auto estacionado fuera del antiguo fuerte militar. Encendió un cigarrillo y se alejó en el coche, sin apuros.
Minutos después, el asesino abordó una avioneta comercial que salió del antiguo aeropuerto de Paitilla, rumbo a Puerto Obaldía, en Kuna Yala. Allí lo esperaba un avión privado, que despegó de inmediato con destino a Colombia. Nunca hubo un registro oficial del despegue de la aeronave clandestina. Lo cierto es que dos horas después de haber cumplido su ”encargo” en Panamá, este asesino a sueldo estaba en Barranquilla.
Durante la investigación, la Interpol Panamá identificó al autor material del crimen como el sicario colombiano Maximiliano Casas Sánchez.
Este sicario ya había ejecutado en Panamá, en 1987, al cubano Juan Francisco Molina por lo cual estuvo preso en Coiba, de donde se fugó. De acuerdo con las pesquisas, entre la clientela de Casas Sánchez había narcotraficantes traicionados e incluso grupos paramilitares colombianos. Se presume que estos últimos lo contrataron para eliminar a Sofronio Hernández, quien –según la prensa colombiana– era un importante proveedor de armas para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Aunque en el año 2004 se perpetraron cinco ejecuciones al estilo de los sicarios colombianos, el homicidio de Sofronio hizo que las las autoridades panameñas sospecharan que los asesinatos a sueldo ya estaban siendo importados y estaban en plena propagación. Seis asesinatos similares registrados en el año 2005 ratificaron esas conjeturas.
EL HOMBRE DEL PUÑAL
El término ”sicario”, según Hermelo Altamiranda, jefe de la División de Homicidios de la Policía Técnica Judicial (PTJ), se usa para definir a un homicida a sueldo . ”Es quien recibe una recompensa por dar muerte a otra persona”, define Altamiranda.
Pero el término es utilizado hace siglos. Sicario deriva del latín sica, que significa puñal. Se utilizó para referirse a los sediciosos judíos (zelotes) que actuaban contra el imperio romano en los tiempos de Jesús. Apuñalaban a ciudadanos romanos durante las fiestas o aglomeraciones. Hasta se cree que Barrabás era uno de ellos. Por eso, sicario era sinónimo de ‘hombre del puñal’.
SICARIOS HECHOS EN PANAMÁ
Desde el año 1993 hasta la fecha se han reportado al menos 36 asesinatos al estilo de los sicarios (ver cuadro). Mientras que 11 testigos de esos homicidios han muerto en condiciones misteriosas.
Cuatro testigos de la ejecución del empresario Diomedes Ábrego, ocurrido en 1994, murieron en condiciones no esclarecidas. Una de los testigos, por ejemplo, fue atropellada mientras hacía una llamada en una cabina telefónica. Otro testigo, José Barría Vega, falleció por intoxicación dentro de su residencia.
Las ejecuciones , según señala Hermelo Altamiranda, generalmente están muy ligadas al narcotráfico. Las víctimas, en su mayoría, son personas que han traicionado a algún grupo criminal o han participado en algún robo de droga, actividad conocida como ”tumbe”, apuntó.
El fiscal primero de Drogas, Patricio Candanedo, dijo que los primeros casos al estilo sicario registrados en Panamá eran exclusivamente importados de Colombia. Desde el año 2000 comenzaron a incrementarse los asesinatos a sueldo perpetrados por panameños, que eran los mismos que en los años 90 se dedicaban a robar bancos.
Ahora son pandillas locales que contratan a adolescentes para asesinar.
El jefe de Homicidios de la PTJ, Hermelo Altamiranda, dijo que es la rivalidad entre las bandas delincuenciales que riñen entre ellas o se pelean un territorio de venta de estupefacientes. Estos sicarios panameños, según sus propios testimonios, cobran 200 ó 300 dólares por matar a alguien y el homicidio les sirve para subir su categoría dentro de la pandilla. Hasta se tatúan una lágrima en el cuerpo por cada muerte que provocan.
El rastro de los pandilleros panameños que han servido de sicarios, a diferencia de los colombianos, es fácil de seguir pues afortunadamente no han alcanzado el ”grado profesional” de ellos, sostuvo Altamiranda. Sin embargo, sostiene el detective, el sicariato ”no es una actividad predominante en Panamá”.
LA ANOMIA DEL SICARIO
En tanto, el sociólogo Raúl Leis explicó que el sicariato es una estructura criminal en que la persona sufre anomia (ausencia de normas sociales o negación de ellas).
”Una persona dedicada a ser sicario ha caído a tal nivel de anomia, que justifica los medios para cometer un homicidio, pues cobra el dinero para ayudar a su familia, a su madre o para su manutención”, agregó el sociólogo.
”Las normas de conducta o sociales que se aprenden en el hogar, la escuela o la iglesia no son importantes para un sicario”, sostuvo Leis.
Incluso, agregó el sociólogo, hay sicarios que rezan a una virgen o se encomiendan a un santo para que les ayude a realizar un buen trabajo y salir sin daño alguno. ”Esto –dijo– es una tergiversación de los valores y normas, porque precisamente lo religioso debería ayudarles a no cometer el delito.
El sicariato es una subcultura, en donde unos a otros se apoyan. Es fácil verlo cuando entierran a un hampón, y sus amigos acuden y aprueban todo lo que ha hecho el difunto, indicó el sociólogo.
Quienes se dedican a este modo de vida se asocian con personas que comparten los mismos gustos y tienen un perfil similar.
Al escuchar hablar de un sicario, añade Leis, nos viene a la mente una persona de escasos recursos económicos, porque cobra dinero por ”eliminar” a otra persona.
Sin embargo, hay gente de clase media metida a sicario. Esto ha permitido que la profesión se sofistique y vaya subiendo de estatus, aunque recalcó que ”esto no es común en Panamá”.
No es lo mismo matar a una persona de un barrio, que a alguien con escolta o que tenga algún renombre. Cuando se asesina a personas de más poder, de alguna forma se profesionaliza el homicidio.
Al contrario, la directora del Instituto de Criminología de la Universidad de Panamá, Aida Selles González, dijo que esa entidad ”no tiene un perfil de lo que es un sicario, porque esa no es una condición de nuestro país”.
Afirmó que sería tendencioso decir que los sicarios fueron importados por determinados grupos o nacionalidades, pues, no hay nada comprobado en eso y ”son los medios de comunicación, como la internet y la televisión, los que tienen que ver en la difusión de violencia que copian nuestros jóvenes”.
Para el investigador social Gilberto Toro, lo que se ha escuchado del sicariato ”es que son colombianos; es una modalidad mercenaria extranjera. No es algo que involucre directamente a grupos locales”.
Toro añadió que el ”trabajo” de un sicario va de la mano con el secuestro, porque los grupos dedicados a eso generalmente plagian a la persona y luego la ejecutan. Pero, recalcó Toro, que en estos casos ”estamos como un bebé de cuna; esta labor (sicario) es realizada por recursos humanos importados”.
Desde el primer homicidio conocido, ejecutado por sicarios, en 1993, la justicia panameña no ha condenado a ninguno de estos profesionales de la muerte.